Welcome to the Jungle
01 de noviembre de 2021.
Estaba agotado, esa madrugada solo había dormido como tres horas. Había llegado de un viaje familiar a Real de Catorce justo después de Halloween –y resulto haber sido toda una aventura-, pero ahora tenía que presentarme en mi primer día laboral en el enjuiciado mundo de la moda rápida, había pasado todo el verano anterior paseándome por el centro comercial más cercano a mi hogar dejando y aventando solicitudes en todas las tiendas de retail que podía, siempre había sentido esa sensación de que en algún momento de mi vida sería vendedor de alguna, posiblemente inconscientemente llegaba a glamorizar la vida de aquellos empleados en los que mi inocente mente creía que mataban el tiempo viéndose lindos y accesibles, ordenando prendas y teniendo charlas triviales con los clientes que creían en su buen gusto. Era mi territorio, era mi perfecto empleo temporal con el que podría mantenerme ocupado en mi tiempo vacacional, y por supuesto, generar mis primeros sueldos.
Finalmente, el destino emprendió su marcha y aunque ese verano no logré ser fichado por alguna tienda, las flamantes letras rojas se encendieron a la par de una llamada telefónica que me preguntaba ¿si aún estaba interesado?, el universo me permitió seguir siendo el boy-nextdoor durante el calor de las tierras regias, pero me envió el aviso de que estaría ocupado por el otoño, y posteriormente el invierno.
Mi primer atuendo no era especial ni destacado, soy fanático de eclipsar cada habitación por la que camino, pero realmente ese primer día no tenía baddie energy, pero estaba ansioso, durante el corto trayecto de mi casa a la tienda rebobiné un poco las cosas. Ya me había topado con un par de red-flags, incluso desde antes de que mi contrato temporal por temporada alta diera inicio, pero no me quería precipitar.
Estaba genuinamente emocionado, unos empleados de la tienda me llevaron al comedor a la vez que pasaba por la sala del “stock”, repleta de prendas separadas y organizadas por tallas y departamentos, era como un cuarto frío de carnicería, un poco tétrico cuando te quedabas a solas. Esperé al menos unos quince minutos entre los que intercambiaba la clásica presentación con lo que serían unos nuevos compañeros. Yo no miento, eran unos FIFAS cualquiera, universitarios genéricos, pero eran amables. After that… conocí a mi “trainer” o mamá como solían atribuir localmente ahí (el cringe entró al chat). A simple vista era una chica atenta, educada, y que genuinamente irradiaba esa aura de paz, junto a otra compañera nos dio una vuelta por toda la tienda y poco a poco nos iba explicando cada procedimiento.
La capacitación duró aproximadamente una media hora y a posteriori ya tenía mi primera tarea, básicamente era arreglar la ecléctica sección de ropa de mujer juvenil, algo así como poner las cosas en su lugar y que se viera “limpio”, estaba algo nervioso porque sentí que la explicación fue banal y rápida, pero me mantuve Zen a pesar de que tuve que improvisar las primeras preguntas de los clientes. Esa primera jornada concluyó con un pastel de bienvenida por parte de las “managers” y con un reencuentro con mi primera amiga en la tienda, que había conocido ante un catastrófico día de firma de contratos.
Ese primer día, me sentí bien. Era extraño por el hecho de ser una experiencia nueva, pero sentía que habría un buen augurio y que serían meses divertidos.
Quizás en retrospectiva, fue de las únicas fechas que conviví en un buen ambiente laboral, porque de ahí en adelante el asunto se descarriló, y se convirtió en una hilarante montaña rusa de villanos, héroes, hipocresías, aduladores, y de mucho temple. ¿Están listos?