La magia del cine y la televisión no solo radica en las historias que cuentan, sino en cómo nos transportan a través del tiempo y el espacio.
Pocas producciones logran hacerlo con la meticulosidad y la profundidad que vemos en Como Agua Para Chocolate, la nueva serie original de HBO disponible en Max. Pero antes de entrar de lleno en su vestuario y maquillaje —auténticos protagonistas detrás de cámaras—, hagamos una pausa para reflexionar sobre lo que significa capturar una época en pantalla.
En un mundo saturado de imágenes digitales y estética contemporánea, recrear fielmente una época pasada es un arte en sí mismo. Requiere una investigación minuciosa, talento creativo y una dosis de audacia para reinterpretar el pasado sin caer en clichés. Y esto es precisamente lo que consigue esta adaptación televisiva del clásico literario de Laura Esquivel, al transportarnos a la Revolución Mexicana con un diseño de producción que se siente tan visceral como auténtico. Cada hilo en el vestuario, cada trazo de maquillaje y cada textura de los escenarios cuentan una historia que amplifica la narrativa principal, creando un espectáculo visual que pocos proyectos televisivos contemporáneos pueden igualar.
El diseño de vestuario de Como Agua Para Chocolate no solo se limita a recrear la moda de principios del siglo XX, sino que busca narrar visualmente las tensiones y los contrastes de la época. Desde campesinos y soldaderas hasta mujeres de la alta sociedad, cada pieza refleja no solo la clase social, sino también las aspiraciones, luchas y dilemas de sus portadores.
Bajo la dirección de Amanda Cárcamo, el equipo de diseño de vestuario se sumergió en meses de investigación para entender cómo las clases sociales definían las prendas de la época. Las mujeres de clase alta lucían vestidos confeccionados en telas como algodón, lino y seda, algunos importados de Europa, mientras que las soldaderas, al unirse a la guerra, transformaban sus vestimentas en herramientas funcionales para el combate. Las prendas masculinas, por otro lado, destacaban por su resistencia y practicidad, empleando materiales como lana y teñidos con pigmentos naturales.
Uno de los detalles más fascinantes fue el uso de tintes de cochinilla para lograr colores vibrantes y auténticos, como los amarillos en los uniformes de los trabajadores agrícolas. Estas técnicas no solo respetan la paleta de la época, sino que rinden homenaje a las tradiciones mexicanas que se han mantenido vivas a través del tiempo.
En el departamento de maquillaje, liderado por Vivianne Saler, la prioridad fue mantener la autenticidad histórica sin sacrificar el atractivo visual. Durante la Revolución Mexicana, los productos de belleza eran limitados y se basaban en ingredientes naturales, como vinagre y pigmentos vegetales. Esta filosofía fue adoptada por la producción, utilizando técnicas tradicionales combinadas con productos modernos para alcanzar un equilibrio perfecto entre realismo y estética.
Uno de los mayores desafíos fue el diseño del look de Mamá Elena, un personaje cuya dureza y autoridad se reflejan en su peinado estructurado y minimalista. En contraste, los personajes más jóvenes, como Tita y Gertrudis, presentan una evolución en su apariencia que acompaña sus arcos narrativos. Incluso detalles aparentemente insignificantes, como las cejas —que en esa época no se estilaban como hoy en día—, se cuidaron meticulosamente para garantizar que cada rostro fuera un espejo del tiempo.
El equipo también apostó por la sostenibilidad, evitando el uso excesivo de maquillaje moderno. Por ejemplo, se utilizaron bases de alta calidad con acabados naturales, mientras que el rímel fue deliberadamente omitido para respetar la estética de la época. Cada decisión fue un recordatorio de que, en ese entonces, la belleza era un reflejo más puro y menos comercializado.
Lograr este nivel de detalle no fue tarea fácil. Más de 40 personas trabajaron en el diseño y confección de vestuarios y maquillaje, creando piezas únicas que se ajustaran a las necesidades de cada personaje. Desde tocados adornados con perlas y flores hasta patillas postizas para los actores masculinos, cada elemento fue tratado como una obra de arte.
Esta atención al detalle no solo enriquece la narrativa, sino que también establece un estándar elevado para futuras producciones de época. La serie demuestra que, cuando se trata de recrear el pasado, no basta con seguir las normas; hay que superarlas con pasión e innovación.
Como Agua Para Chocolate no es solo una serie; es una experiencia sensorial que combina narrativa, estética y autenticidad en un paquete perfectamente elaborado. Más allá de la pantalla, esta producción nos invita a reflexionar sobre el poder de la moda y el maquillaje como herramientas para contar historias. En un mundo donde lo superficial a menudo domina, esta serie nos recuerda que lo auténtico siempre será más impactante.