El mundo de la moda, ese universo en constante ebullición, a menudo nos regala momentos que trascienden la simple presentación de una colección. Son instantes en los que la historia, el arte y la visión de un creador se entrelazan para dar vida a algo más grande, algo que resuena con nuestra propia búsqueda de identidad y estilo. En el corazón de París, en ese templo del deporte blanco que es Roland-Garros, hemos sido testigos de uno de esos momentos. No se trataba solo de tenis, ni siquiera solo de moda. Era una inmersión en el ethos de un hombre que redefinió las reglas, dentro y fuera de la cancha. Un hombre cuyo nombre se convirtió en sinónimo de elegancia, audacia y un savoir-faire inconfundiblemente francés.
El eco de los aplausos aún resuena en la Philippe Chatrier, esa pista que ha visto nacer leyendas. Pero esta vez, la tierra batida se transformó en un escenario donde el pasado y el futuro se dieron la mano. No era un partido lo que presenciábamos, sino una conversación. Un diálogo entre el legado de un campeón y la visión vanguardista de una diseñadora que ha sabido capturar la esencia de una marca, y llevarla a un nuevo nivel.






Imaginemos por un momento la escena: París, años treinta. La ciudad efervescente, un crisol de artistas, intelectuales y visionarios. En medio de ese torbellino, un hombre se mueve con la misma gracia y determinación que mostraba en la pista. Es René Lacoste, pero no el tenista que todos conocemos. Es el empresario, el innovador, el hombre de mundo que se codea con la élite de su tiempo. Esta es la faceta que Pelagia Kolotouros, Directora Creativa de Lacoste, ha decidido explorar en la colección Otoño-Invierno 2025.
La propuesta es audaz, casi una provocación. Kolotouros nos invita a olvidar por un instante el icónico cocodrilo verde sobre fondo blanco, y a sumergirnos en un universo donde la elegancia se manifiesta en siluetas depuradas, en la fluidez de los tejidos, en la sutil combinación de lo deportivo y lo sofisticado. Es un juego de contrastes, donde lo utilitario se encuentra con el chic, donde la tecnicidad se fusiona con el refinamiento.

El storytelling es impecable. Cada prenda, cada detalle, nos habla de ese René Lacoste bon vivant, de sus encuentros con otros atletas, con actores, con magnates de la industria, con los grandes nombres de la moda de la época. Es una narrativa que resuena con el hombre contemporáneo, ese que busca trascender las etiquetas, que valora la comodidad sin sacrificar el estilo, que se mueve con soltura entre diferentes escenarios.
La colección es un homenaje a la versatilidad. Vemos blazers de fieltro con doble botonadura en un vibrante rosa, vestidos pañuelo que se combinan con pantalones técnicos y puffers oversize. Las formas y texturas favorecen la sofisticación sencilla. Tejidos de alto rendimiento se unen a materiales nobles como el tweed bouclé, el punto lustroso y los bordados de los talleres Safrane.






El icónico polo, esa prenda que definió una era, se reinventa. Se alarga en vestidos, se reinterpreta en prendas de punto estructuradas, se convierte en una pieza híbrida diseñada para superponerse. Es un guiño al pasado, pero con la mirada puesta en el futuro. La marca, inteligentemente, juega con su propia historia, pero sin quedarse anclada en ella.
Más que una colección, lo que presenciamos en Roland-Garros fue una declaración de principios. Una afirmación de que la elegancia no es una cuestión de etiquetas, sino de actitud. Una invitación a abrazar la propia individualidad, a redefinir las reglas, a encontrar la belleza en la imperfección.