En un mundo musical gobernado por la inmediatez, donde lo efímero y lo viral dictan las reglas del juego, resulta casi subversivo detenerse a escuchar con el corazón.
En esa pausa necesaria, entre la nostalgia y la exigencia artística, emerge Andresse: un artista que no teme mirar atrás para encontrar su voz más honesta. El próximo 17 de julio, este intérprete mexicano subirá por primera vez al escenario del Lunario con Iconos, un homenaje sonoro a las figuras que marcaron generaciones. Pero más que un concierto, lo que prepara es una suerte de espejo emocional: una velada íntima en la que el público podrá contemplar al artista sin filtros ni máscaras.
Antes de los reflectores, antes de las tendencias y los escenarios multitudinarios, hubo un cuarto, una regadera y una canción: El Triste. Así comenzó todo para Andresse. No como un experimento comercial, sino como una forma de buscarse a sí mismo en los acordes de una melodía imposible. Fue esa misma canción esa montaña emocional que José José convirtió en himno nacional la que funcionó como rito de paso: de adolescente curioso a intérprete de verdad. Y fue también El Triste la que lo acompañó años después, cuando la Big Band Jazz de México lo invitó a cantar en el Lunario, en un momento personal particularmente decisivo. Una señal, como él mismo lo dice. Un mensaje claro: había que volver al punto de partida, pero con una mirada distinta.

En una industria que pareciera premiar la superficialidad por encima de la profundidad, Andresse decidió correr en sentido contrario. Apostó por una idea que muchos etiquetarían de anticuada: rendir tributo a los grandes. No por nostalgia vacía, sino por reverencia genuina. Iconos no es una colección de covers. Es una reinterpretación honesta de lo que significa ser intérprete hoy, cuando parecer importa más que sentir.
La propuesta de Andresse no es sencilla, y tampoco quiere serlo. El show se sostiene sobre una idea clara: reconectar con las canciones que definieron el ADN emocional de México. No solo estarán presentes temas como El Triste, sino también joyas menos versionadas del repertorio de José José o Juan Gabriel canciones que no suenan en TikTok, pero que habitan en el inconsciente colectivo de quienes crecieron con música que no necesitaba algoritmos para doler. El acompañamiento de una big band no es un simple adorno escénico: es parte del manifiesto artístico de este proyecto. Algunos de los músicos que estarán esa noche compartieron escenario con los mismos ídolos que hoy Andresse honra, lo cual convierte esta experiencia en una suerte de círculo cerrado. Un tributo que se siente casi ceremonial. Una conversación entre generaciones, tejida a través del sonido y la emoción.
Marcas como Big Band Jazz de México no son simples colaboradoras en esta historia: son cómplices en la reconstrucción de una sensibilidad perdida. Con ellos, Andresse ya había lanzado dos sencillos uno junto a Kika Edgar que prepararon el terreno para este espectáculo. Las versiones de Me va a extrañar y El Triste se han convertido, en muy poco tiempo, en testimonios de una apuesta artística que va contra la corriente. Una que no necesita coreografías virales ni beats urbanos para conmover.
No es gratuito que Andresse vea esta noche en el Lunario como un hito. A diferencia de otras etapas de su carrera, esta vez subirá al escenario solo, sin el resguardo de una agrupación, sin compartir la carga con nadie. Lo hará con la única compañía de una banda de músicos virtuosos y del vértigo que produce mirarse a los ojos frente al público. Lo que ofrecerá esa noche no será un espectáculo en el sentido tradicional del término, sino una experiencia emocionalmente transparente, donde el artista y el público se reencuentren en un lugar común: la vulnerabilidad.

En sus propias palabras, no busca hacer una “declaración” sobre sí mismo, sino simplemente mostrarse como es: más maduro, más sereno, más libre. El repertorio que ha seleccionado no responde a una estrategia de marketing, sino a un impulso emocional. Cada canción elegida incluso aquellas que no son tan conocidas guarda una resonancia personal. Todas, sin excepción, le cantan al amor. No al amor idealizado, sino a ese amor que se disfraza de ausencia, que envejece con nosotros, que a veces duele, pero siempre transforma.
Iconos tiene mucho de regreso, pero también algo de revolución silenciosa. En un panorama saturado de contenido producido para durar 15 segundos, Andresse se atreve a ofrecer un espectáculo de larga duración, que exige al público escuchar, sentir y conectar. Lejos de los visuales frenéticos y los cambios de vestuario, lo que él propone es una velada de energía compartida: un espacio donde el arte no solo se muestra, sino que se vive.
Y quizás ahí radica su verdadera audacia: no en romper las reglas, sino en volver a escribirlas desde un lugar más honesto. En una época donde la autenticidad parece performática, Andresse ofrece algo raro y precioso: verdad. En su voz hay historia, pero también presente. En su música hay respeto, pero también innovación. En su propuesta hay riesgo, pero también una profunda paz. Andresse no busca el ruido del momento, sino el eco que permanece. Iconos no es un acto de nostalgia, sino una reafirmación de identidad. No es una estrategia comercial, sino una apuesta emocional.
