En Williamsburg, la ciudad encontró una nueva forma de latir. No es un estadio ni un museo: es una cancha de futbol en la azotea, un rectángulo de juego suspendido entre edificios, donde el ruido del tráfico se mezcla con el golpe del balón y el skyline funciona como tribuna. El pitch de KidSuper World no nació solo para anotar goles; nació para contar historias: del barrio, de la moda que se mueve, de la comunidad que se reconoce en el mismo idioma el futbol antes que en cualquier otra etiqueta.
La alianza que pone nombre propio a ese impulso creativo une a dos fuerzas que llevan tiempo coqueteando con la cancha: la colectiva rebelde de Colm Dillane (artista, diseñador y exfutbolista) y una manufactura suiza que convirtió la vanguardia en método. La colaboración se presenta con un guiño perfecto al ritual del juego: un tablero de cuarto árbitro diseñado por Dillane para inaugurar el espacio. Es un detalle mínimo y, a la vez, un manifiesto visual: el tiempo también es diseño, ritmo y espectáculo. Y sí, habrá activaciones en campo pensadas para que la comunidad no solo observe: participe.


KidSuper entiende el futbol como lenguaje común: estilo de vida, puente entre desconocidos, semillero de ideas. Por eso su pitch en la azotea no pretende ser “reglamentario”; pretende ser vivo. La propuesta integra juego, moda y narrativa en el mismo plano. Williamsburg lo adoptó de inmediato: fines de semana con ligas, equipos locales y un espíritu que anticipa el Mundial de 2026 como pretexto para entrenar, convivir y crear. Este campo no viste a la cultura; la acelera.
Del otro lado, la casa relojera suiza lleva décadas haciendo del deporte un escenario natural. Ha sido cronometradora de grandes competencias de la UEFA masculinas y femeninas y este 2025 marcó cada minuto de la Euro Femenina en Suiza. No es casualidad: cuando el tiempo importa, el diseño importa más. El futbol pide precisión; la cultura exige carácter. Esta conexión justifica que un pitch urbano en Brooklyn dialogue con los estadios europeos: la misma pasión, distinto kilómetro cero.

La escena KidSuper no es un desfile: es una jam. Colm Dillane ha levantado un universo donde el color es argumento y la irreverencia, disciplina. El pitch en la azotea opera como set, parque y laboratorio: ahí caben partidos espontáneos, sesiones de fotos, microconciertos, premieres de cápsulas y proyectos de arte público. En el arranque, el tablero de árbitro creado por Dillane se convirtió en pieza icónica del sitio, un objeto funcional elevado a símbolo. Es el tipo de objeto que hace clic con una visión relojera que históricamente convirtió materiales inesperados y arquitecturas de caja en su sello.


Llamarlo “patrocinio” sería reducirlo. Aquí hay curaduría cultural: el futbol como escenario, la comunidad como protagonista y el diseño como gramática. La manufactura suiza, mencionada lo justo y necesario, pone know-how, energía y una trayectoria probada en grandes torneos; KidSuper aporta calle, estética y narrativa. Juntos, convierten un techo en ecosistema creativo. Es una alianza que mira a la Gen Z de frente: menos solemnidad, más autenticidad; menos escaparate, más club.
Más allá del acto inaugural, lo interesante será el calendario: ligas rápidas, retos de freestyle, clínicas para nuevas generaciones, drops editoriales y colaboraciones con atletas o artistas que entienden que un balón puede ser un lienzo. Si a eso sumamos una dirección ejecutiva que hoy impulsa una visión más estratégica, con foco en menos ruido y más relevancia, el potencial de este rooftop es claro: crear comunidad medible sin perder poesía.
