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Plotz: cocina de fuego, vinos naturales y chelas al aire libre en la Del Valle

La Ciudad de México tiene una relación particular con el fuego: lo reverencia en la calle y lo domestica en las cocinas profesionales.

En una terraza entre árboles de la Del Valle lejos del ruido de la moda momentánea aparece un proyecto que baja la guardia sin bajar el nivel. Un espacio abierto, sin prisas, donde la brasa manda el ritmo y la mesa dicta la conversación. Ese es el terreno de Plotz.

En tiempos de conceptos que compiten por atención, aquí el manifiesto es simple: ingredientes buenos, técnica honesta y un entorno que invita a quedarse. Fuego real, humo con intención y una carta que no intenta impresionar, sino acompañar: a tu hambre, a tus amigos, a tu tarde larga. La Del Valle necesitaba un respiro así y lo encontró a cielo abierto.

La cocina de Plotz tiene una idea fija: ahumar y asar con propósito. Leña bien tratada, tiempos que respetan al producto, y una lectura contemporánea de la comfort food: sándwiches de pastrami casero, pulled pork, brisket o birria; pan fresco que cruje; encurtidos y aderezos caseros que levantan cada bocado. Para quienes prefieren lo vegetal, hay brócoli con yogurt especiado, coles de Bruselas crujientes, elote rostizado con mantequilla especiada y un hummus que pide repetir. Todo llega a la mesa al ritmo del fuego, para compartir sin formalidades y con la satisfacción de lo bien hecho.

La apuesta por leña sustentable conecta con una conversación mayor: en México, la certificación forestal y el consumo responsable de productos maderables existen para cuidar el ecosistema y profesionalizar su manejo. No se trata de discurso vacío; es un marco que promueve mejores prácticas en el uso de la madera y su trazabilidad.

Detrás de la parrilla están Luis Solano y Germán Carballo, cocineros con trayectoria sólida que decidieron bajar el volumen a la formalidad de la alta cocina para cocinar como más les gusta: con fuego y sin etiquetas. Su trabajo previo en proyectos como Arda ya sugería esa ruta de humo, leña y producto de temporada, hoy llevada a un formato más relajado, apertrechado de vinos y de aire libre.

Uno de los pilares del lugar es su selección de vinos: etiquetas clásicas conviven con vinos naturales y de baja intervención de pequeños productores. Nada de cátedras interminables: aquí se bebe para acompañar la comida o la charla. ¿Qué significa “natural” en el mundo del vino? No hay una definición legal única, pero la idea general apunta a mínima intervención: uvas cultivadas con prácticas orgánicas o biodinámicas, fermentaciones con levaduras indígenas y pocos (o ningunos) aditivos, buscando expresar el origen con la menor manipulación posible. Si quieres profundizar, vale revisar guías didácticas y comunidades especializadas que explican este enfoque con claridad.

Para quien va más por la chela, hay cervezas artesanales cuidadosamente curadas y una barra de coctelería que crecerá con el tiempo. La idea es generosa: que cualquier elección acompañe no eclipse la mesa compartida. Plotz ocupa una terraza abierta en Pestalozzi 1152, Del Valle Centro, pet friendly, con cocina a la vista, mesas de madera y sillas cómodas. Es el tipo de lugar que conquista por atmósfera: llega el sol de tarde, se arma la sobremesa y, de pronto, ya vas por “esa otra” botella que maridó demasiado bien con el brisket. El énfasis está en la hospitalidad cálida y casual, sin discursos rebuscados ni protocolo innecesario.

No todo proyecto necesita un espectáculo: a veces basta con hacer muy bien lo que dice que hace. Plotz nace del antojo de dos cocineros por abrir el lugar al que ellos querrían ir: sin ruido ni complicaciones, con comida rica, vinos bien servidos y una terraza que parece hecha para quedarse. En una ciudad que colecciona conceptos, este elige permanecer: humo que sazona, no que esconde; cocina que abraza, no que sermonea.

En una era de ruido gastronómico, Plotz apuesta por la esencia: fuego, producto y tiempo. No busca “parecer”, busca saber.

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