Hay paisajes que enseñan a respirar distinto. El Valle del Maipo, con la Cordillera de los Andes vigilando a distancia, es uno de ellos: luz fría al amanecer, bruma que baja como una seda y suelos que cuentan historias antes de que alguien las escriba.
En ese escenario donde el tiempo no corre, madura nació en 1874 una bodega que entendió que el vino no se fabrica, se construye: paciencia, carácter y respeto por el entorno. Hoy, un siglo y medio después, su relato suma un capítulo que mira al futuro con temple y oficio.
Ciento cincuenta años no se miden solo en cosechas; se miden en decisiones firmes. Este linaje aprendió a leer su terroir como quien reconoce un gesto familiar: pendientes, corrientes de aire, oscilaciones térmicas y una biodiversidad que se protege con la misma devoción con la que se vendimia. La técnica llegó para afinar, no para imponer. Así, cada botella guarda proporción y disciplina: fruta precisa, madera con criterio, tensión que invita a otro sorbo. No es nostalgia; es continuidad.

Entre montañas y el río Maipo se formó hace millones de años un perímetro natural, un clos que resguarda un microclima singular. Esa suerte de “viñedo amurallado” es más que geografía: es un blindaje biológico que modula temperaturas, protege corrientes y preserva especies. El resultado está en la copa: vinos con columna vertebral, elegantes, sin exhibicionismo, con esa mineralidad sobria que distingue a quienes no necesitan levantar la voz para imponerse.

Para celebrar 150 años y su liderazgo en mercados como Brasil, Chile y República Checa, la casa relanza de la mano de Unique Wines su línea más icónica: Gran Reserva. El portafolio integra Sauvignon Blanc, Chardonnay, Merlot, Carmenère y la Cabernet Sauvignon emblemática de Isla de Maipo.
- Sauvignon Blanc: electricidad bien medida, cítricos nítidos y final limpio, ideal para quien busca tensión y precisión aromática.
- Chardonnay: amplitud sin peso extra; fruta blanca, trazo cremoso y madera en segundo plano, como un buen traje: acompaña, no domina.
- Merlot: fruta roja madura y tanino amable, el lado conversacional de la mesa.
- Carmenère: el guiño identitario; especia sutil, ciruela negra y una boca que se estira con elegancia.
- Cabernet Sauvignon: jerarquía pura; estructura, profundidad y un centro de gravedad que hace sentido con cortes altos y brasas.
Si estás pensando en maridaje, el mapa es claro: la Cabernet pide ribeye o vacío a la parrilla; la Carmenère dialoga con costillas glaseadas o un prime burger con queso maduro; el Chardonnay acompaña aves y pescados grasos; el Sauvignon Blanc brilla con ostras, ceviches y cocina de mar; el Merlot se queda en el comfort food con pasta al ragú o pizza de horno de leña. Más ideas en nuestra guía de maridaje con carne y brasas y en el especial del Valle del Maipo.

El nombre que honra a “El León de Tarapacá” símbolo de coraje y consistencia, no se queda en la etiqueta. Es una declaración de principios silenciosa: firmeza en la viña, sobriedad en bodega y ambición bien entendida en la mesa. Desde la primera medalla registrada en 1876 hasta los reconocimientos recientes, el hilo conductor no ha sido el aplauso, sino la coherencia: entender que el origen manda y que el estilo se mantiene, aun cuando la técnica evoluciona.

Cuidar el clos natural no es discurso: es práctica cotidiana. Manejo responsable del agua, suelos vivos, corredores biológicos y una viticultura que entiende que el equilibrio del entorno también se siente en boca. En tiempos de atajos, mantener procesos que requieren paciencia es un acto de resistencia elegante. Si te interesa el tema, visita nuestro dossier sobre sustentabilidad vitivinícola y el mapa de Isla de Maipo.
