Corona Capital se mete al salón de clases: el backstage llega a las universidades

¿Qué pasa cuando uno de los festivales más influyentes del país decide abrir su libreta de apuntes?

Pasa esto: un auditorio lleno de estudiantes y periodistas escuchando sin filtros cómo se arma la experiencia que vivimos frente a las vallas, entre escenarios y al caer la noche. La Universidad del Claustro de Sor Juana se convirtió en un laboratorio de producción musical donde diseñadores de cartel, fotógrafos de pit y curadores gastronómicos revelaron los engranes del backstage. El objetivo no fue venderte un sueño: fue contarte cómo se construye. Y sí, este año el festival regresa 14, 15 y 16 de noviembre con una edición que promete afinar cada detalle detrás y delante del escenario.

El panel en el Claustro reunió a voces que suelen moverse fuera del reflector, pero que dictan el ritmo de lo que ves y escuchas en el festival. Armando Calvillo, desde la estrategia de marketing, subrayó la ambición original: un festival en México con personalidad propia y enfoque anglo que mantuviera la vara internacional. Quince años después, ese ADN sigue vigente y se confirma en la vigésimo-quinta edición con headliners que sostienen el músculo global del cartel.

La conversación tuvo un hilo conductor claro: logística con criterio, estética con propósito y una experiencia que no termina cuando baja el telón. Hablamos de tiempos de cambio, de escenario medidos al segundo, del trazo del recinto en la Curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez, y de cómo la narrativa visual y de servicio debe convivir con la marea de fans, marcas y talento sin perder identidad. No es casualidad: la arquitectura del festival ha madurado desde 2010 con una curva de aprendizaje que lo ubica entre los referentes latinoamericanos.

La revelación más sabrosa de la tarde la firmó Marcello Lara “Burgerman”: por primera vez habrá un distrito gourmet dedicado exclusivamente a las hamburguesas. Burgerlandia llega como respuesta directa a los fans y como reconocimiento a una verdad simple: hoy la comida es parte del setlist emocional del público. La curaduría que reunirá a casas icónicas de la CDMX está pensada para maridar con la música: panes con carácter, carnes con punto exacto y salsas con el mismo punch que un encore inesperado. No es antojo: es experiencia.

Alfredo Cornique “Hey Pogo” desmenuzó el proceso detrás del cartel 2025: una narrativa visual que no ilustra literalmente, sino que anticipa sensaciones. El póster se asume como brújula, no como mapa; sintetiza corrientes sonoras y deja espacio a la imaginación. Es un gesto de respeto al público: que la sorpresa ocurra frente al escenario, no en un JPG. La fotografía de conciertos, explicaba Santiago Covarrubias, no captura solo músicos; captura el pacto entre artista y audiencia. Su regla de oro es elegante y contundente: respetar el momento del fan. Ese respeto construye memoria colectiva, año tras año.

La profesionalización de un festival así no se mide únicamente en sold outs. También se mide en estándares. La organización opera bajo directrices de ISO 20121 para gestión sostenible de eventos: reducción de plásticos de un solo uso, vasos reutilizables, boletaje digital y manejo responsable de residuos. No es etiqueta verde; es método, y exige medir, mejorar, comunicar. En paralelo, el enfoque en inclusión y accesibilidad con servicios para personas con discapacidad auditiva o movilidad reducida ya forma parte de la columna vertebral del evento.

Si necesitabas un recordatorio del calibre que veremos en noviembre, basta asomarse a la primera línea del cartel: Foo Fighters, Chappell Roan y Linkin Park encabezan tres jornadas que equilibran nostalgia y presente, más una selección de nombres que mueven la aguja cultural. Quince años de historia se sienten en esa mezcla: la escena que creció con el festival, y la que está explotando ahora mismo en los feeds.

Llevar la conversación al Claustro habla de un cambio de paradigma: la industria se abre. Estudiantes de comunicación, gastronomía, diseño y producción escuchan de primera mano cómo se toma cada decisión: desde el routing de un headliner hasta la negociación con proveedores, del tiro de cámara a la curva de flujo en puntos de consumo. Es academia en tiempo real: teoría con olor a asfalto caliente y a escenario vibrando.

Para la audiencia, esto se traduce en una experiencia más fina: menos fricción, más claridad, mejor servicio. Para la ciudad, significa una trazabilidad más limpia del impacto económico y social. Para las marcas, una oportunidad de apostar por valor cultural antes que por el product shot. Y para la música, un recordatorio: la emoción también se produce.

Que el backstage llegue a las aulas no busca romantizar el oficio. Busca elevarlo. Este noviembre, cuando la primera guitarra truene y las luces abran el cielo, habrá una red de decisiones invisibles sosteniendo cada segundo.

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