Hay trayectos que olvidas en cuanto apagas el motor… y hay otros que se quedan en tu cabeza como si hubieras salido de una galería de arte.
Piensa en esa noche en la ciudad: valet parking, luces de edificio, gente entrando y saliendo con prisa. De pronto, un SUV se aproxima al acceso y, antes de que alguien toque la puerta, el piso se ilumina con un patrón cálido, casi ceremonial, como si el auto estuviera recibiendo a sus ocupantes con una reverencia silenciosa.
No es solo “llegar en coche”. Es llegar con un ritual. Una coreografía de luz, textura y presencia que modifica la forma en la que te relacionas con el objeto. En un mercado saturado de vehículos enormes, motores poderosos y pantallas cada vez más grandes, lo verdaderamente diferente ya no es quién ruge más fuerte, sino quién entiende que el lujo empieza mucho antes de poner primera velocidad.
Ahí es donde entra este protagonista: un SUV de tamaño completo que decide contar su historia a través del diseño japonés, de la hospitalidad y de una idea potente “arte en movimiento” que lo coloca en otra liga para quienes no solo buscan desplazarse, sino habitar estéticamente cada kilómetro. En Japón, la hospitalidad no es un detalle extra; es filosofía de vida. Omotenashi es esa forma de anticiparse a lo que necesitas sin que tengas que pedirlo. Ahora imagina que esa lógica se traslada a un vehículo.

Te acercas y, antes de tocar la llave o la pantalla del celular, las manijas ocultas se despliegan con discreción. No hay sobresaltos, no hay show gratuito: simplemente aparecen en el momento exacto, gracias al sensor de proximidad. El emblema frontal se enciende, los faros se activan en secuencia y el sistema INFINITI Light Path® proyecta en el suelo un motivo inspirado en los pasillos de un tradicional ryokan japonés. No estás abriendo una puerta: estás cruzando un umbral.
Ese gesto es clave para entender la propuesta. No se trata de “lucecitas” para impresionar a quien te ve llegar al restaurante de moda; se trata de prepararte mentalmente para cambiar de ritmo. Del caos del estacionamiento, al micro santuario sobre ruedas donde vas a pasar los próximos minutos u horas. En un contexto donde muchos jóvenes profesionales pasan más tiempo en el tráfico que en el gimnasio, el coche deja de ser solo transporte y se convierte en extensión de tu espacio mental.
El lenguaje de diseño que rodea a este modelo se construye a partir de metáforas muy concretas, casi cinematográficas. Empecemos por la parrilla frontal: sus líneas verticales recuerdan un bosque de bambú, con esa mezcla de fortaleza y calma que asociamos con la naturaleza japonesa. No es una parrilla agresiva por el puro gusto de aparentar músculo; es una estructura que transmite fuerza orgánica, casi espiritual, como si el vehículo respirara a través de esas vetas.



Los faros delanteros, por su parte, toman inspiración de las teclas de un piano. Este detalle puede sonar poético, pero está resuelto de manera muy literal: bloques de luz que se encienden con ritmo propio, con un diseño Digital Piano Key que prescinde de la clásica barra LED lineal para crear una firma luminosa más rítmica, casi musical. Es como si cada destello fuera una nota dentro de la melodía general del auto.
Atrás, las luces traseras cuentan otra historia igual de potente: una línea de LED que se extiende a lo ancho, compuesta por cientos de microfuentes de luz que, al encenderse, evocan el reflejo de la ciudad sobre la superficie de un estanque. No es casualidad: el equipo de diseño tomó como referencia esas escenas nocturnas donde los edificios se duplican en cuerpos de agua tranquilos. Es poesía urbana convertida en firma lumínica.

Todo esto se remata con unos rines imponentes, inspirados en una turbina de avión, que refuerzan la idea de viaje de lujo. No son solo “rines de 22 pulgadas”, son piezas que parecen detener el aire a su alrededor cuando la camioneta se estaciona frente a un hotel, una casa en las afueras o un club de playa.
Las superficies interiores cuentan otra historia de calma: algunos compartimentos y espacios de almacenamiento evocan la arena rastrillada de un jardín zen. Cada vez que dejas tu teléfono, las llaves o unos lentes de sol, lo haces sobre una textura pensada para invitar al orden mental, no al caos visual. No es un detalle obvio, pero sí uno que se siente con el tiempo.
No es perfecto ni pretende resolver todas las tensiones de la movilidad de lujo: sigue siendo un SUV grande en un mundo que discute sobre sustentabilidad, espacios urbanos y consumo responsable. Pero dentro de ese contexto, su apuesta por el “arte en movimiento” abre una conversación interesante sobre cómo debería sentirse el lujo de nueva generación: menos ostentoso, más intencional; menos ruido, más armonía.
