Hay lugares que no necesitan hablar para contar una historia. Espacios donde lo cotidiano se vuelve extraordinario. Donde los silencios tienen textura, y las miradas, sin planearlo, se convierten en narrativa.
Así son los hoteles: testigos inmóviles de los personajes que entran y salen, de vidas que se cruzan por un instante. Algunos buscan refugio, otros espectáculo. Pero todos dejan una huella. Para la primavera-verano 2026, AMIRI convierte esa esencia en su punto de partida: un lugar que no únicamente acoge, sino que transforma.
En esta temporada, Mike Amiri no diseña simplemente una colección, sino una escena. El desfile toma forma dentro de Le Carreau du Temple, convertido en el ficticio y envolvente Chateau AMIRI. Aquí, el lujo se siente como una exhalación prolongada al sol de la mañana, en contraste con la embriaguez elegante de la noche anterior. Si el pasado otoño nos llevó a la oscuridad sensual del Club AMIRI, esta entrega nos invita a despertar sin prisa, con la luz filtrándose entre las cortinas y las historias aún frescas en la memoria.









La inspiración llega desde la habitación 34 del icónico Chateau Marmont en Los Ángeles, donde el artista Wes Lang creó un cuerpo de obra inmerso en el espíritu americano. Sus ilustraciones, garabateadas en papelería de hotel, reaparecen en esta colección como bordados que cruzan trajes vaporosos y tejidos jacquard. Aves, ramas, motivos naturales: todos fluyen entre interiores e indumentaria, fusionando el mundo exterior con el íntimo universo del huésped. Y es ahí donde AMIRI brilla, no en lo obvio, sino en la capacidad de transformar lo privado en símbolo.
La colección refina y eleva los arquetipos que han consolidado el lenguaje de la casa: trajes relajados con hombros suaves, siluetas alargadas que recuerdan la elegancia despreocupada de los setenta, y un vestuario que podría estar tanto en Malibú como en la Riviera. La lencería masculina se convierte en protagonista: batas de seda, pijamas bordados y sacos tipo smoking con aires de relajación estudiada. Todo dentro de una paleta solar: verdes menta, azul cielo, oro viejo, frambuesa y blanco deslavado. Es como si cada prenda hubiera vivido una vida entera bajo el sol californiano.









La puesta en escena no se limita al vestuario. El calzado reinterpreta la comodidad del hotel en mocasines suaves, bordados o con jacquard. Los interiores del Chateau AMIRI se filtran en los textiles: tapices, papeles de pared, alfombras y monogramas elevados al arte del bordado tridimensional. No se trata de replicar la opulencia, sino de ofrecer una lectura emocional de ella. Incluso los detalles más íntimos, como las llaves con borlas o las pantuflas personalizadas, se convierten en códigos estéticos.
La colección femenina, en su segundo acto en pasarela, avanza con seguridad. Vestidos largos tejidos a mano, crochet abierto, encaje translúcido que roza la lencería, y trajes de seda en tonos joya consolidan la evolución de la mujer AMIRI: sensual, libre, sin la necesidad de afirmarlo. Entre sus accesorios destaca el bolso Honey, con forma relajada, en gamuza con grabado de cocodrilo o cuero suave, una pieza que traduce la actitud de la colección con fidelidad.

Más allá de la ropa, el desfile es una sinfonía de contrastes humanos. En el front row, la presencia de Beto, Payo y Jasiel Núñez subraya la universalidad del mensaje. No se trata de celebridades decorativas, sino de individuos con una voz propia, cuya presencia valida la conexión entre la moda y las múltiples identidades que la habitan. Cada uno, al igual que los personajes que recorren este hotel imaginario, aporta una mirada única a un universo compartido.