Hay artistas que no solo ilustran un festival: lo convierten en lugar. En CDMX, cada noviembre tiene su propia arquitectura emocional y cromática; una ciudad paralela que emerge por tres días y nos recuerda que el diseño también puede ser refugio.
Ese es el efecto Pogo: un trazo que vibra al ritmo de la música, una sensibilidad que transforma señales en atmósferas. Y sí, en la edición 2025 vuelve a encargarse del universo visual del Corona Capital, afinando formas, colores y símbolos para que la experiencia empiece mucho antes de cruzar el torniquete.
En conversación con NEOMEN, Pogo confesó que su brújula estética nació de dos ríos que se encontraron temprano: la cultura visual japonesa (manga y anime de los noventa) y el Art Nouveau; más tarde, la sorpresa de Dalí no solamente pintor, también escultor, joyero, inventor de situaciones le enseñó que la forma puede mutar de soporte sin perder espíritu. Ese “permiso de experimentar” se consolidó con una educación en diseño gráfico que lo volvió, en sus palabras, un resolutor de problemas visuales antes que un “artista de gesto”. Traducido: la psicodelia de Pogo no es capricho; es sistema, investigación, escucha, referencias y humor puestos al servicio de una música, una escena y una comunidad.

Su trayectoria lo respalda. Bajo el alias Pogo nombre civil, Alfredo Conrique ha construido un cuerpo de trabajo que cruza pósters de gira, identidades de festivales, murales y colaboraciones con moda. Es un autor que se mueve cómodo entre el cartel serigrafiado y la marca global, manteniendo un pulso reconocible: color saturado, composiciones dinámicas, símbolos que invitan a decodificar.
Pogo lo explica sin rodeos: mientras un cartel para un artista dialoga con la narrativa de un disco, un festival exige diseñar “una invitación a una utopía temporal”. En el caso de Corona Capital, la gráfica debe capturar la vibra de una comunidad que se arma y desarma entre escenarios; un ecosistema de tribus que se reconocen con una mirada, un coro, una luz. Esa noción de “lugar compartido” es la diferencia clave: no se trata únicamente de nombrar bandas, sino de construir un paisaje donde todos quepan, y por eso la identidad vive en mapas, señalética, pórticos, activaciones y piezas editoriales.
El propio festival se ha consolidado como referente de música internacional en México desde 2010, y su edición 2025 en el Autódromo Hermanos Rodríguez (14–16 de noviembre) vuelve a plantear el reto de hacer legible lo masivo sin perder emoción. El arte de Pogo opera exactamente ahí: guía y euforia en la misma página.

Para esta entrega, el diseñador decidió volver a sus raíces de Illustrator y pensar el festival como una ciudad. Los volúmenes geométricos, los ritmos de color y las transiciones entre planos evocan una tradición muy chilanga: la gráfica postolímpica de Mathias Goeritz y la “Ruta de la Amistad”; ese modernismo lúdico que unió arte y urbanismo en 1968 y que persiste como memoria visual de una ciudad que se atreve a imaginar. No es nostalgia; es actualización: módulos que se despliegan como esculturas efímeras, portales de entrada, tótems, frisos que se repiten para orientarnos y, de paso, enchinarnos la piel.
Su proceso es música antes que trazo. Escucha discos nuevos, rastrea chistes internos de las bandas, observa gráficas previas y busca conexiones simbólicas que el fan reconozca de inmediato. Esa ética aparece, por ejemplo, en su trabajo con The Smashing Pumpkins y otras giras: piezas que no “se podrían usar para diez bandas”, sino soluciones específicas donde cada elemento tiene sentido para quien estuvo ahí. Diseño que se vuelve recuerdo tangible.
Pogo también lanza un dardo saludable al ecosistema cultural: en México no necesitamos el “sello extranjero” para validar lo propio. Lo que hace falta es confianza y una idea más realista del oficio: no es “talento mágico”, es repetición, técnica y estándares altos. Esa postura, lejos de cerrarse al mundo, ha potenciado su proyección: cuando su trabajo aparece fuera, regresa y nos ayuda a mirar de nuevo lo que ya teníamos enfrente. En ese espíritu, Corona Capital funge como escaparate y espejo: plataforma global con identidad hecha aquí, por manos que entienden la ciudad y sus tensiones.

En una era de atención fragmentada, Pogo propone un KPI tan simple como exigente: que la gente se detenga. Que una persona en tránsito vea una pieza, respire, sonría, saque el teléfono o cambie de ánimo por un segundo. Si el diseño logra generar ese microcorte, la identidad funcionó. Esa es la potencia de su paleta alta, una defensa del color frente al mundo que se desatura y de su composición: arte que te saca de piloto automático y te devuelve al cuerpo.
Cuando una marca de festival como Corona Capital asume la identidad visual como experiencia total, suceden tres cosas:
- Orientación: mapas y señalética pensados como diseño editorial al aire libre; 2) Memoria: piezas que sobreviven al evento (posters, merch, fotografías) y se vuelven patrimonio afectivo; 3) Cohesión: un lenguaje común que une tribus, permite leerse entre sí y multiplica historias. No es publicidad; es diseño de hospitalidad a escala masiva.
