El duelo no es un punto final; es un idioma que se aprende a la intemperie.
Frente a la pérdida, muchos hombres empezamos a descartar la antigua orden de silencio emocional y descubrimos que el dolor, lejos de ser lastre, puede convertirse en materia prima para la creación. Transformar la herida en imagen es un acto radical de honestidad, donde la cámara acompaña más que consuela y convierte cada gesto en gramática emocional.




La contención se vuelve elegancia: gabardinas de caída firme, camisas que abren el espacio justo, pantalones que regulan el volumen como un metrónomo. El cuerpo funciona como un lenguaje donde los microgestos escriben lo que las palabras omiten. “Hasta hace poco creía que mis dos mundos peleaban; hoy veo que se nutren”, reflexiona Víctor Isaac sobre el pulso entre rigor científico y sensibilidad creativa. Integrar disciplinas no es equilibrar opuestos, sino permitir que ambos respiren en la misma frase.








Un movimiento diminuto puede revelar demasiado. Posar deja de ser mero gesto estético: es resistir la orden de fortaleza constante. Sostener la mirada, aceptar la pausa y dejar entrar el aire componen un manifiesto silencioso contra la anestesia emocional. La luz enfoca sin dramatizar y el tempo de la secuencia obliga a mirar, no solo ver. “El error modela el oficio y te baja del pedestal imaginario”, reconoce Isaac, recordándonos que fallar con conciencia es parte del proceso creativo.


El proceso creativo ante la pérdida funciona como ritual de sanación. Este proyecto no canoniza la tristeza, la organiza; no romantiza el dolor, lo encuadra para entenderlo. La fotografía se convierte en herramienta de lectura, la luz delimita el pensamiento y el cuerpo articula lo indecible. Así, la obra respeta la necesidad de control y dignidad al tiempo que abre un espacio seguro para la exploración emocional.






Mensajes llegados desde lugares tan distantes como Turquía o España confirman la conexión: espectadores que se vieron reflejados en la vulnerabilidad proyectada por el lente. Esa identificación motiva a hacer del arte un puente real, porque si lo de adentro es bello, lo de afuera brilla aún más. La fortaleza ya no es blindaje. Explorar la comedia, devorar sitcoms hasta encontrar ligereza y permitirse componer sin prisa son gestos de esta masculinidad en evolución. Controlar la propia narrativa, resguardar canciones aún no compartidas es parte del proceso, donde la paciencia creativa refleja una madurez emocional que trasciende clichés.


El duelo habita en el cuerpo: se estira, se fragmenta, se endurece. Cada imagen revela un estado: quiebre, silencio, resistencia y en esa vulnerabilidad aparece también la fuerza de renacer. Cuando perdemos a alguien, ya no somos los mismos, pero de eso se trata la vida: de evolucionar, transformarnos y darnos cuenta de que al final vamos solos y estamos solos para reconstruirnos. Volver a creer en ti, volver a volar, volver a brillar porque tienes un ser divino que te ayudará desde el firmamento. No es un punto final, es una transformación: del peso a la ligereza, de la sombra a la luz, de la pérdida al brillo.


En memoria de Chato, Luisa y Orlando.

EL DUELO
- Dirección Creativa: Tino Portillo y Alexis Ortega
- Fotografía: Alexis Ortega
- Styling: Tino Portillo
- Coordinación: Alfredo Vázquez
- Arquitectura Visual: Mariana Vázquez
- Talento: Víctor Isaac
- Grooming: Pedro Aguirre
- Hair: Juliette Herreiras
Agradecimientos especiales a Michelle Verdugo, Elsy Cardoso y Punto Entertainment por todas las facilidades otorgadas.