Día de Muertos con sabor y memoria: cuando la mesa se convierte en altar

Hay noches en la Ciudad de México en las que el calendario no solo avanza: respira. El Día de Muertos es una de ellas.

Entre el humo del copal, el brillo del papel picado y la intensidad naranja del cempasúchil, la ciudad recupera sus apellidos: tradición, afecto, identidad. En ese punto exacto, donde la nostalgia se mezcla con el presente y la cocina mexicana demuestra por qué es cultura viva, un festival gastronómico y sensorial propone un ritual contemporáneo: celebrar a los que ya no están a través de aquello que siempre vuelve, los sabores.

No se trata de replicar una postal folclórica, sino de extenderla hacia un lenguaje actual. Con 58 años de historia detrás, un ícono capitalino presenta la 4ª edición de su Cena Baile Temática de Día de Muertos: una propuesta que cruza el puente entre tradición y contemporaneidad para convertir la memoria en experiencia. La curaduría parte de un principio simple y contundente: honrar ingredientes de temporada con peso simbólico, chile ancho, chocolate, calabaza de castilla, xoconostle, ciruela roja, chipotle y llevarlos a la mesa con técnica, cuidado y un sentido de ocasión. No es solamente un menú: es un mapa emocional de México.

El menú trabaja con una narrativa precisa: comenzar con un gesto de cobijo, elevar el ritmo y cerrar con ligereza luminosa. La crema de calabaza de castilla con semillas tostadas, tocino y perejil frito abre como un abrazo tibio que recuerda a las cocinas familiares de otoño. Luego, el chile ancho se vuelve protagonista al rellenarse de salpicón de camarón y cangrejo, coronado con salsa de ciruela roja y chipotle; una mezcla de dulzor y picor que dialoga con el carácter juguetón de la verbena. El clímax llega con el filete de res en salsa de chocolate oaxaqueño, acompañado de timbal de verduras y queso de cabra: profundidad, contraste y equilibrio, sin excesos. Para el cierre, bizcocho de xoconostle y coco con coulis de frutos rojos y mango; o, si el antojo pide otra textura, terrina de manzana sobre panqué de arándanos con helado de nogada. Hay gesto, intención y oficio.

La cena baile no se queda en el plato. Antes y después, la fiesta se abre en capas: verbena tradicional con antojitos, juegos de kermesse y entretenimiento infantil; maquillaje de catrinas y catrines para que los asistentes entren a la narrativa; altar y ofrenda en el patio principal cempasúchil, copal, velas; ballet folclórico en vivo y una decoración inmersiva que evita la saturación y apuesta por una estética de lujo sobrio. El DJ set final no compite con la tradición: la acompaña. La música como la memoria necesita cuerpo, y aquí el cuerpo baila.

Nada de exclusiones. La propuesta incluye alternativas vegetarianas ensalada de remolacha ahumada con mix de lechugas, panela al josper, naranja reina, almendra y mozzarella; sopa verde milpa con flor de calabaza y grano de elote; chile en nogada vegano; cremoso de nuez y mango, además de un menú infantil (espagueti a la napolitana, cordon bleu con papas a la francesa y dúo de helado de fresa y chocolate). La inclusión no se presume, se practica. Y cuando un festival gastronómico entra a la memoria colectiva, lo hace porque todos encuentran su lugar en la mesa.

La logística también construye experiencia: estacionamiento propio y de cortesía, una rareza en la CDMX que reduce fricción y preserva ese mood de celebración sin prisas. Aquí, la hospitalidad no es “servicio” en abstracto: es cuidado. Y cuando se cuida a los asistentes, la cocina respira mejor.

“El Día de Muertos nos conecta con nuestras raíces y con los sabores que nos identifican”, comparte José Carlos Félix, Dirección de Eventos, al presentar el concepto detrás de esta edición. La frase funciona como brújula: elegir productos del otoño y del altar para provocar memoria y diálogo. A su vez, Armando Palacios, Dirección General, remata la intención: “La gastronomía es la vía con la que rendimos tributo a nuestros ancestros y transmitimos identidad a futuras generaciones”. Es el tipo de liderazgo discreto que se nota en la ejecución: foco en el detalle y respeto por los símbolos.

Hay eventos que confunden lujo con ruido. Este festival elige otra ruta: materiales honestos, iluminación cuidada, aromas que no invaden, sonido que acompaña. Si la cocina mexicana es Patrimonio Cultural Inmaterial y el Día de Muertos es una fiesta viva, aquí la rebeldía está en no disfrazar lo que ya es poderoso. La Hacienda de los Morales aparece lo justo: como anfitriona que entiende el peso de la tradición y la necesidad de hacerla respirable en 2025. Sin poses; con pulso.

Celebrar el Día de Muertos es mirar hacia atrás para caminar mejor hacia adelante. En una ciudad que presume ritmo y carácter, esta cena baile confirma algo esencial: la cocina mexicana no únicamente alimenta, interpreta.

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