Hay momentos en los que la moda deja de ser tendencia para convertirse en oficio.
En la avenida que concentra el lujo de la capital, la sastrería británica se presentó sin artificios: alfileres, cintas métricas, perchas de madera y la promesa del ajuste perfecto. En la flagship de Hackett London en Masaryk, Graham Simpkins, Head of Tailoring Global, encabezó una masterclass que recordó por qué un traje bien hecho puede cambiar la postura, la voz y, a veces, el destino de un hombre.
La tienda bajó el volumen del ruido de la ciudad para escuchar el sonido de los pliegues. Entre maniquíes, muestras y rollos de tela, Simpkins desarmó mitos y reconstruyó certezas: un saco no se mide en likes, se mide en milímetros. Explicó cómo la sastrería británica, esa que muchos identifican con Savile Row, no es nostalgia, es ingeniería aplicada al cuerpo. Cada puntada se toma su tiempo; cada forro respira; cada solapa entiende el ritmo del torso. En su narrativa desfilaban conceptos claros: caída, equilibrio, proporciones, movilidad.

“Savile Row en Hackett no es solo un nombre, es nuestro estándar de artesanía”, dijo Simpkins. Con esa frase puso el listón: Savile Row como código de calidad, Hackett como traductor al idioma del día a día. La sastrería aquí es una conversación entre técnica y vida real. Botones de cuerno natural, hombros que acompañan el gesto, forros inspirados en la arquitectura londinense: detalles que, más que lujo, son función. Hackett Savile Row no busca aplausos fáciles; busca durar y moverse contigo.
Simpkins avanzó con una clase de anatomía del traje. Habló del patronaje esa cartografía del cuerpo que define la trayectoria de una costura, del control de volúmenes y de la elección del tejido. Desde lanas peinadas hasta mezclas con sedas estratégicas, cada material responde a una temperatura, a una agenda y a un carácter. “Hoy, la sastrería se trata de actitud, no de ocasión”, remató. La frase resume un cambio de paradigma: el traje deja de esperar un evento y se integra a la vida.

Si algo subrayó la sesión fue la movilidad. Un buen saco no empuja, acompasa. Las pinzas hacen lo suyo, los forros gestionan el calor, las entretelas dialogan con la gravedad. Simpkins mostró cómo una construcción inteligente permite usar un traje un día completo sin sacrificar el pulso del look. El resultado: elegancia que no pide permiso y confort que no necesita justificarse.

Simpkins no habló de un “hombre ideal”, habló del hombre real. Ese que viaja, trabaja en remoto, cruza la ciudad en Avenida Presidente Masaryk, corre entre juntas y, aun así, quiere verse impecable. La sastrería británica que defiende llega con códigos sobrios, ajustes exactos y un lenguaje propio. La elegancia no grita; se sostiene. Y en ese terreno, Hackett London apunta a un fit que privilegia la autenticidad sobre el espectáculo.
El recorrido final por la colección Hackett Savile Row fue una microexposición de decisiones correctas: solapas notch proporcionadas, hombros limpios, bolsillos de vivo preciso, costuras que no buscan protagonismo, pero sí respeto. Los invitados tocaron texturas, revisaron forros con guiños arquitectónicos y entendieron que una buena americana también es una inversión cultural.
Lo valioso de la sesión fue el recordatorio de que la sastrería inglesa no vive de museo; vive de práctica. Del cuidado posterior, del prensado adecuado, del ajuste periódico. Pequeños rituales que convierten un buen traje en tu traje. En ese sentido, Hackett no solo vende prendas; comparte un alfabeto para que cada hombre escriba su propio capítulo.

