En la era de Instagram y TikTok, donde cada scroll nos bombardea con imágenes de cuerpos esculturales y rutinas de ejercicio extremas, la presión por alcanzar el ideal de belleza masculina nunca ha sido tan intensa en México.
Para muchos jóvenes mexicanos de la generación z, la búsqueda de un físico musculoso se ha convertido en una obsesión que, lejos de ser saludable, puede acarrear serios riesgos físicos y mentales. No es raro ver a adolescentes en los gimnasios de la Ciudad de México, Monterrey o Guadalajara, impulsados por una cultura digital que glorifica la hipertrofia muscular como sinónimo de éxito y virilidad.
Desde temprana edad, los chicos en México se ven inmersos en un mar de influencers del fitness que, con sus cuerpos trabajados al detalle, prometen la clave para lograr una transformación radical. Estos ídolos modernos, a menudo sin la formación adecuada, dictan tendencias y establecen estándares que muchos intentan emular sin cuestionar. El resultado es una generación que, más allá de buscar un estilo de vida saludable, se ve atrapada en una carrera desenfrenada por la ganancia muscular, donde el fin justifica los medios, y los medios no siempre son los más seguros. La influencia de las redes sociales en la percepción de la imagen corporal es un tema que está constantemente en discusión, y es que los algoritmos no entienden de fronteras ni de salud, solo de engagement y viralidad.
Pensemos en el caso de un joven de una colonia popular en la Ciudad de México, que cambia su gusto por jugar fútbol en la calle por una rutina de gimnasio diaria, acompañada de batidos de proteínas y una creciente fascinación por los fisicoculturistas que dominan sus redes sociales. Este joven, como muchos otros en México, busca no solo mejorar su físico, sino también obtener validación social y elevar su autoestima en un entorno cada vez más competitivo. Pero en el afán por alcanzar ese cuerpo “ideal”, se enfrenta a un mercado de suplementos, tanto en tianguis como en tiendas establecidas, con regulaciones laxas. Creatinas, proteínas, e incluso sustancias más peligrosas, se comercializan a veces con poco control.
Este fenómeno no es aislado. Los expertos hablan de una nueva forma de dismorfia corporal, la “vigorexia”, que afecta a un número creciente de jóvenes en México. Este trastorno, caracterizado por una preocupación obsesiva por el desarrollo muscular, lleva a muchos a adoptar conductas extremas, desde entrenamientos exhaustivos hasta el consumo de suplementos y, en casos más graves, esteroides. La facilidad con la que los menores pueden acceder a estos productos, tanto en tiendas físicas como en línea, es un factor que agrava la situación. La venta de proteína en polvo, creatina y quemadores de grasa a menores es una realidad que necesita ser revisada en términos de legislación. Las regulaciones son poco claras, y el mercado, valorado en miles de millones de pesos, sigue creciendo sin suficiente supervisión.
La dismorfia muscular, o “vigorexia”, no solo afecta el cuerpo, sino también la mente. Los jóvenes que la padecen suelen aislarse socialmente, descuidar sus estudios y otras áreas de su vida, y son más propensos a sufrir de ansiedad y depresión. La presión por conformar un ideal estético inalcanzable puede tener un impacto devastador en la autoestima y el bienestar emocional.
A menudo, estos chicos no buscan ayuda hasta que el problema ha alcanzado proporciones alarmantes, lo que dificulta aún más su recuperación. La línea entre una rutina de ejercicios saludable y una obsesión peligrosa es, a veces, muy delgada y difícil de discernir, especialmente en una cultura que valora tanto la apariencia física.
Pero no todo está perdido. A medida que la sociedad mexicana toma conciencia de estos riesgos, surgen iniciativas para proteger a los más jóvenes. Se comienza a prestar más atención a la influencia de las redes sociales en la salud mental de los adolescentes, y se buscan formas de promover un uso más responsable y crítico de estas plataformas. Incluso, algunas cadenas de gimnasios y tiendas de suplementos podrían empezar a autorregularse. La educación y el apoyo familiar son fundamentales para ayudar a los jóvenes a navegar este complejo panorama y a desarrollar una relación sana con su cuerpo y con el ejercicio.
El camino hacia un cuerpo saludable no debería estar pavimentado de riesgos innecesarios. Es crucial que, como sociedad, fomentemos una cultura de bienestar integral, donde la salud física y mental vayan de la mano. La verdadera fortaleza no se mide solo en kilos de músculo, sino en la capacidad de encontrar un equilibrio que nos permita vivir de forma plena y satisfactoria.
Los jóvenes mexicanos merecemos la oportunidad de crecer y desarrollarnos en un entorno que nos apoye y nos guíe hacia un futuro más saludable y prometedor. La obsesión por la imagen no debería dictar el destino de una generación que tiene mucho más que ofrecer.
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