La moda, ese eterno baile entre la fantasía y la realidad, entre la tradición y la vanguardia, a veces nos regala momentos de una sincronía casi mágica. Es como si los diseñadores, cual coreógrafos de un ballet invisible, orquestaran movimientos, texturas y siluetas que resuenan con el zeitgeist, con ese espíritu intangible de la época que nos define. Y es que, en un mundo que parece moverse a un ritmo cada vez más frenético, la necesidad de encontrar espacios de expresión, de libertad, se vuelve casi una urgencia vital. Nos refugiamos en el arte, en la música, en la danza… y, por supuesto, en la forma en que decidimos vestirnos, en esa armadura cotidiana que proyecta nuestra identidad.
Pero, ¿qué sucede cuando la alta costura decide mirar hacia atrás, hacia esos momentos históricos en los que la danza no era solo un espectáculo, sino un grito de rebeldía, un acto de liberación? ¿Qué ocurre cuando la elegancia atemporal se fusiona con la visceralidad del movimiento, con la cruda emoción de un cuerpo que se expresa sin ataduras?
La historia está llena de ejemplos que ilustran cómo la danza ha sido, en muchas ocasiones, un catalizador de cambio, un refugio para aquellos que se atreven a desafiar las normas. En la década de 1920, en plena efervescencia de los “años locos”, la danza se convirtió en una vía de escape, en una forma de romper con los corsés (literales y metafóricos) de una sociedad que despertaba de la pesadilla de la guerra. Los cuerpos se liberaban al ritmo del charlestón, del jazz, del foxtrot, en una explosión de vitalidad que desafiaba cualquier intento de represión.
Décadas más tarde, en los 70 y 80, el Tanztheater alemán resurgió con una fuerza inusitada. Esta corriente, que hunde sus raíces en el expresionismo, se caracterizaba por una búsqueda de la verdad emocional a través del movimiento, por una exploración de los sentimientos más profundos y, a menudo, contradictorios del ser humano. El amor, el anhelo, la libertad, el control… todos estos temas se entrelazaban en coreografías que desafiaban las convenciones y que, aún hoy, nos siguen conmoviendo por su honestidad y su crudeza.



Este espíritu de rebelión, de búsqueda de la autenticidad, parece resonar con fuerza en el panorama actual. Vivimos en una época de contrastes, de tensiones, en la que la necesidad de encontrar nuestra propia voz, de expresar nuestra individualidad, se vuelve cada vez más apremiante. Y es en este contexto donde la propuesta que pudimos ver sobre la pasarela, en Milán, adquiere una relevancia especial, con esa inspiración en el mundo de la danza, y la forma en que explora la expresión sin restricciones.
La colección que vimos sobre la pasarela en Milán, con Bárbara López como una de las asistentes, se inspira directamente en estas dos épocas doradas de la danza. Los ecos de los años 20 se manifiestan en vestidos de seda de corte recto, adornados con aplicaciones de encaje en la cintura baja, o ensamblados con tiras de piel de oveja, evocando esa sensualidad desenfadada y esa libertad de movimiento que caracterizaban a las flappers. Los detalles de los uniformes de la época se trasladan a prendas de piel y a una sastrería utilitaria, creando un interesante juego entre la funcionalidad y la estética.

Pero la influencia del Tanztheater es, quizás, la más palpable. La dualidad entre el amor y el anhelo, entre la libertad y el control, se expresa a través de la forma y los materiales. Gabardinas de satén fluido que se ciñen al cuerpo con un cinturón, cachemir suave al tacto que contrasta con pieles brillantes, plumas aplanadas, amapolas que se deslizan desde tallos en forma de listones… Cada detalle parece evocar la intensidad emocional de una coreografía, la tensión entre la fuerza y la delicadeza.
Incluso los estampados oníricos que aparecen en destellos, o los bolsos que se llenan de piel de manera surrealista, parecen hacer referencia a ese espíritu de experimentación, de ruptura con lo convencional, que caracterizó tanto a los años 20 como al Tanztheater. La colección se sintió así, algo más que una propuesta de moda: un diálogo entre el pasado y el presente, entre la danza y la alta costura.




La propuesta, que pudimos apreciar en Milán con la presencia de la talentosa actriz mexicana Bárbara López, conecta con esa necesidad de autenticidad, de expresión personal, que define a nuestra generación.
Los guiños al archivo de Ferragamo se encuentran en el calzado, en la línea que se inspira en el pasado de Salvatore Ferragamo, y en las flores, elemento recurrente en la casa, que se desbordan sobre zapatos de tacón de almendra o se envuelven alrededor de las pantorrillas en el caso de las sandalias.
Para los hombres, la propuesta también se inspira en la danza, pero desde una perspectiva más subversiva. Los zapatos brogue y los botines clásicos se reinventan con la adición de cierres de cremallera o con la textura robusta de su cuero de grano grueso, añadiendo un toque de rebeldía a la elegancia tradicional.




En definitiva, la colección presentada, y con acento en la temporada Ferragamo Fall Winter 2025, es mucho más que una simple propuesta de moda. Es un reflejo de nuestra época, de esa búsqueda constante de autenticidad, de esa necesidad de expresar nuestra individualidad en un mundo cada vez más homogeneizado. Es un recordatorio de que la moda, al igual que la danza, puede ser una poderosa herramienta de liberación, una forma de desafiar las convenciones y de celebrar la belleza de la diferencia. Es una invitación a movernos, a expresarnos, a encontrar nuestra propia voz en el gran escenario de la vida.