El tiempo, ese ente implacable que nos persigue y nos define, ha sido objeto de fascinación y desafío para el hombre desde el principio de los tiempos. Hemos buscado domarlo, medirlo, controlarlo… y en ese afán, hemos creado herramientas que trascienden la mera funcionalidad para convertirse en auténticos símbolos de poder y maestría. No hablamos de simples relojes, sino de máquinas que encapsulan la historia, la innovación y la audacia de desafiar lo establecido.
Piensa en el rugido de un motor, la adrenalina de la velocidad, la libertad de surcar los cielos. El siglo XX fue una época de pioneros, de hombres que se atrevieron a romper barreras, ya fuera en el aire, en la tierra o en el mar. Y en esa búsqueda constante de superación, necesitaban instrumentos que estuvieran a la altura del desafío. No se trataba solo de medir el tiempo, sino de calcular distancias, velocidades, consumos… de tener el control absoluto en la palma de la mano. La aviación, en particular, impulsó el desarrollo de herramientas de precisión que se convirtieron en extensiones del propio piloto, permitiéndole navegar por cielos desconocidos con confianza y seguridad.

Hoy, en pleno siglo XXI, ese espíritu rebelde y aventurero sigue vivo. La búsqueda de la excelencia, la pasión por los detalles y el deseo de trascender los límites continúan siendo motores que impulsan la creación de piezas únicas, objetos de deseo que van más allá de su función principal. Son herederos de una tradición, de un legado de innovación y maestría.
Y es precisamente en este contexto donde la ingeniería relojera alcanza su máxima expresión. No es solo cuestión de engranajes y resortes, sino de una alquimia que combina precisión milimétrica, diseño audaz y una historia que resuena en cada tic-tac. Un buen reloj, en este sentido, es como un buen muscle car: una declaración de principios, una muestra de carácter, un compañero de aventuras que no teme al paso del tiempo. Un objeto que celebra la complejidad y la domina, como un piloto que surca los cielos.

El nuevo capítulo en la saga del legendario Navitimer, ahora con el calibre B19, mantiene esa tradición. Este no es un reloj para cualquiera. Es una pieza para aquellos que entienden que la verdadera maestría reside en la capacidad de combinar la tradición con la innovación, la funcionalidad con la estética, la historia con el futuro. Este movimiento, que debutó el año pasado en una edición limitada, un cronógrafo con calendario perpetuo, representa un hito en la ingeniería relojera, una proeza técnica que simplifica la complejidad del tiempo.
El calibre B19, el corazón de esta nueva máquina del tiempo, es mucho más que un simple mecanismo. Es el resultado de años de investigación y desarrollo, una evolución del icónico calibre 01 de manufactura, considerado un referente en el mundo de los cronógrafos. Combina la maestría de Breitling en la creación de cronógrafos con una función de calendario perpetuo que se ajusta automáticamente a los años bisiestos y a los meses de distinta duración. Y ha sido sometido a pruebas rigurosas, simulando 16 años de uso extremo, para garantizar su fiabilidad y precisión.

La esfera azul hielo, el bisel de platino y la caja de acero inoxidable de 43 mm de diámetro, con la representación de la fase lunar a las 12 en punto, configuran un conjunto de una elegancia discreta pero imponente. Los pulsadores, con su característico diseño, permiten controlar las funciones del cronógrafo con facilidad, mientras que el fondo de la caja, transparente, permite admirar la belleza del movimiento en todo su esplendor. Los acabados, tanto en la versión con correa de piel de cocodrilo negra como en la que presenta un brazalete de acero inoxidable de siete eslabones, completan una pieza que destila sofisticación y robustez a partes iguales.
