En el vertiginoso universo del entretenimiento, donde las narrativas efímeras a menudo eclipsan la sustancia, emergen figuras cuya visión trasciende el formato para ahondar en la médula de la experiencia humana.
Son arquitectos de emociones, artífices de mundos que, aunque ficticios, nos confrontan con verdades ineludibles. Alonso Iñiguez es uno de estos nombres que resuena con creciente fuerza en la escena mexicana, un director cuya pulsión creativa no conoce fronteras entre el cine, el teatro y, ahora, el competitivo terreno de las series. Su obra no es un simple ejercicio estético; es una inmersión valiente en las complejidades del ser, un espejo que, con agudeza y una sensibilidad particular, refleja las luces y sombras de nuestra propia existencia.
La brújula creativa de Alonso Iñiguez, inalterable ante el formato, apunta siempre hacia la complejidad del ser humano. «Creo que esa es mi pulsión. Es lo que me lleva adelante en cualquier formato, en cualquier historia», confiesa Iñiguez, revelando el motor de su quehacer artístico. Para él, la ficción es un vehículo de aprendizaje y reflexión, un espacio donde las posibilidades del ser humano se exploran sin cortapisas, ya sea desde la tragedia punzante o la comedia que desnuda lo absurdo de la cotidianidad. Esta fascinación por la condición humana se traduce en una dirección que busca la verdad escénica, explorando a profundidad las motivaciones y contradicciones de sus personajes. Su trabajo con los actores es un testimonio de esta búsqueda; se maravilla ante «las capacidades que tienen los actores y las actrices para buscar al interior, buscar en su imaginación y poder llevar a cabo una ficción para que la gente crea que lo que le estamos contando es verdad». Es una danza colaborativa donde la vulnerabilidad y el talento se entrelazan para construir realidades palpables.

Este año, Iñiguez irrumpe en el mundo de las series con un proyecto que evoca una nostalgia colectiva: el remake de Papá Soltero para VIX. Lejos de ser una mera réplica, esta nueva versión se presenta como una relectura audaz, despojada de la pátina moralizante de su predecesora ochentera. «Lo que hicieron nuestros guionistas fue dislocar por completo esa teoría y más bien volverla súper contemporánea y súper divertida», explica Iñiguez. El resultado es una serie con situaciones hilarantes y personajes «completamente enloquecidos», donde un padre soltero, interpretado por Mauricio Ochmann, navega los desafíos de la paternidad moderna con cuatro hijos. Esta actualización, filmada en Bilbao –una decisión de producción que, curiosamente, no altera la esencia mexicana de la trama–, explora los choques generacionales en una era de inmediatez digital. Es un reflejo de las nuevas paternidades y dinámicas familiares que resuenan con una audiencia que, como la de NEOMEN, valora la autenticidad y la evolución de los roles tradicionales. La química con Ochmann, a quien Iñiguez describe como «un actor increíble, súper profesional, juguetón, que se arriesga», fue fundamental para dar vida a este nuevo referente paternal, construyendo un personaje que entiende la comedia y la ternura con igual maestría.

La denominada «sensibilidad narrativa» de Iñiguez no es una fórmula, sino una adaptación intuitiva al pulso de cada proyecto. «Me gusta pensar que cuando yo voy Armando un proyecto (…) el texto, los guiones me hablan», comenta, sugiriendo una conexión casi simbiótica con la obra. Esta capacidad para «escuchar» el material le permite decidir la estética y el tono, ya sea optando por un realismo crudo o por una explosión visual que desafíe los límites de la percepción. En el teatro, quizás donde goza de mayor libertad, esta versatilidad se manifiesta plenamente. Sin embargo, su enfoque en la dirección de actores permanece constante: un diálogo humano profundo. «Agradecen profundamente que les des una guía», afirma sobre los intérpretes, a quienes acompaña en el intrincado viaje de encarnar una vida ajena, entendiendo el arco dramático y las fibras emocionales de cada personaje. Es un equilibrio delicado entre guiar y permitir, entre la visión del director y la autonomía creativa del actor.
Gestionar la diversidad de ritmos y exigencias entre el cine, el teatro y las series es un desafío que Iñiguez abraza con una perspectiva clara. Reconoce las «naturalezas distintas»: la maquinaria de producción más vasta del audiovisual frente a la intensidad sostenida y las herramientas actorales específicas que demanda el teatro. No obstante, para él, «dirigir actores y actrices creo que es un diálogo humano sobre la percepción, sobre deshebrar esas fibras humanas que están dentro de la ficción». Esta visión unificadora le permite transitar entre mundos con una coherencia admirable. Observador agudo del panorama actual, Iñiguez ve con entusiasmo la efervescencia creativa en México y el mercado de habla hispana. «Se están haciendo cosas increíbles (…) hay una cantidad de posibilidades y de creadores y de plataformas que hacen que haya mucho trabajo», celebra, consciente de que esta nueva era exige a los directores una constante reinvención y la audacia para contar historias de maneras diferentes. Esta búsqueda de una conexión genuina, de un impacto que trascienda el aplauso efímero, es un eco de la filosofía que impulsa a NEOMEN: ofrecer contenido que no solo entretenga, sino que invite a la introspección y al diálogo.
Entonces, ¿qué define el éxito para un creador de la talla de Alonso Iñiguez, más allá de las cifras y los galardones? Su respuesta es reveladora: la conexión con el público. «Es muy bonito cuando alguien sale de la obra y te dice ‘muchas gracias, era lo que necesitaba'», comparte. Ese momento en que la ficción actúa como un catalizador, provocando risas, lágrimas, reflexión o identificación, es donde radica el verdadero triunfo. Es la confirmación de que la historia ha cumplido su propósito más elevado: tocar el alma humana. Mirando hacia adelante, su inquietud creativa lo lleva a explorar nuevos territorios. Actualmente, desarrolla una serie con un formato distinto, impulsado por su interés en «romperlos, mezclarlos, combinarlos», desafiando las convenciones estructurales y genéricas.

Alonso Iñiguez no es solo un director; es un explorador incansable de la condición humana, un traductor de emociones complejas a un lenguaje universal. Su trayectoria, marcada por una versatilidad envidiable y una profunda comprensión del arte narrativo, lo consolida como una voz esencial en el panorama creativo contemporáneo. En un mundo saturado de estímulos superficiales, su trabajo nos recuerda la potencia de las historias bien contadas, aquellas que se atreven a mirar de frente, con inteligencia y sin concesiones, la intrincada belleza y el inevitable caos de ser.
