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Okasanta: cuando dos mundos ancestrales colisionan en el paladar poblano

En el incesante peregrinaje del hombre contemporáneo por experiencias que trasciendan lo ordinario, la gastronomía emerge como un bastión de descubrimiento y audacia.

No se trata ya de saciar una necesidad primaria, sino de embarcarse en un viaje sensorial que desafíe preconcepciones y expanda horizontes. En este panorama, donde la autenticidad se cotiza al alza y la innovación es la moneda de cambio, surgen propuestas que no solo alimentan el cuerpo, sino que interpelan el intelecto y agitan el espíritu. Puebla, crisol de historia y vanguardia, se erige nuevamente como escenario de una disrupción culinaria que promete redefinir los límites del sabor.

La Vía Atlixcáyotl, arteria vibrante de la Angelópolis, se ha convertido en testigo de una nueva narrativa gastronómica. En el número 5415, un espacio concebido con la precisión de un ritual ancestral y la osadía de la modernidad, abre sus puertas. Hablamos de Okasanta, la más reciente joya de Grupo San-to, un nombre que ya resuena con ecos de excelencia y una visión que entiende la cocina como un lenguaje universal. Este no es simplemente un restaurante; es un manifiesto donde las almas de Japón y México, dos culturas milenarias con un profundo respeto por el producto y el rito, convergen para dar a luz a una experiencia sin parangón. La misma etimología del lugar, «Okasan» madre en japonés y la Hoja Santa, emblema de sanación y afecto maternal en la cocina mexicana, nos habla de una génesis que honra el cuidado, la nutrición y la esencia misma del origen. Se posiciona, con una autoridad serena, como «la madre de la fusión».

Adentrarse en Okasanta es cruzar un umbral donde el diseño y la atmósfera preparan los sentidos para una sinfonía de sabores. La carta, cuidadosamente orquestada por Grupo San-to, es un lienzo donde ingredientes frescos de ambas naciones se entrelazan con maestría. Las Tostadas de Chu-Toro son una declaración inicial: delicadas láminas de ese preciado corte de atún, marinado en soya-limón, con el contrapunto de una salsa spicy de la casa y la untuosidad del aguacate, todo coronado por brotes de cilantro y aros de cebolla cambray sobre una crujiente tostada de wonton. Para quienes buscan la complejidad en la sencillez aparente, el Chile Güero Relleno, pochado y henchido de camarón sofrito con epazote, servido con elote amarillo tatemado y un sutil toque de ponzu, es una revelación. Y para los puristas de la excelencia carnívora, las Láminas de Wagyu A5, selladas al instante con carbón binchotan, ofrecen un instante de sublime perfección. El Bao de Pollo Frito, con su muslo cocinado a baja temperatura, aderezado con salsa sriracha y pepinillo encurtido, encapsula en un panecillo suave una explosión de texturas y matices.

El viaje continúa con las sopas y ensaladas, donde la profundidad del sabor es protagonista. La Sopa de Hongos, un caldo reconfortante con shiitake, champiñones, cremini y setas, infusionado con kombu y epazote, es un abrazo al alma. La Crema de Chicoria, suave y elegante, con cebolla sofrita y el crujiente del arare, redefine la sofisticación. En el apartado de ensaladas, la Oká César, con kale, mizunas, aderezo estilo César, crutones de ajo, parmesano reggiano y rábano, demuestra que incluso los clásicos pueden ser reinterpretados con una visión fresca y masculina.

Los platos fuertes son el clímax de esta travesía. El Sándwich de Pork Belly en pan sourdough tostado, con pork belly ahumado, aderezo de recado negro y chucrut con yuzu, es una construcción robusta y llena de carácter. La Pesca del Día con Mole Chichilo, bañada en este icónico mole negro oaxaqueño, acompañada de puré de plátano macho y chips de plátano frito, es un homenaje a la riqueza de la tierra mexicana con una ejecución impecable. Para los amantes de la pasta con un giro inesperado, el Spicy Udon Carbonara, con guanciale ahumado y cebollín, es una fusión audaz y adictiva. Y el Short Rib Ahumado, cocinado lentamente hasta alcanzar una ternura casi etérea, con puré de camote dulce y salsa bordelesa, es la quintaesencia del confort elevado a alta cocina.

Por supuesto, la influencia japonesa se manifiesta con contundencia en los sashimis, nigiris y handrolls. El Nigiri de Chapulines, un gunkan relleno de shiitake coronado con estos insectos tostados y salsa de anguila, es un guiño provocador y delicioso a los sabores prehispánicos. El Oka-Bron, con hamachi cubierto de aguacate, yuzukosho, chile serrano y furikake de shiso, es una explosión de frescura y picor. El Hamachi Choco, un clásico de San-Tō, con hamachi flameado, chocolate oaxaqueño y sal de Colima, sigue siendo un testimonio de cómo lo improbable puede resultar extraordinario. Los handrolls, como el Shrooms con hongos enoki y shimeji, el crujiente Aguacate Tempura, o el delicado Hotate de callo de hacha, son bocados de pura perfección.

Para sellar esta experiencia, los postres no son una ocurrencia tardía, sino el epílogo perfecto. El Cheesecake de Lotus, el cremoso Brulee de Taro o el refrescante Nicuatole de Matcha ofrecen finales dulces que persisten en la memoria. Y la coctelería, merece un capítulo aparte, con creaciones que dialogan con la carta, extendiendo la fusión hasta la última gota.

Okasanta no es solo una adición al panorama culinario de Puebla; es una evolución, una invitación a experimentar la gastronomía como un acto de descubrimiento constante.

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