En el vertiginoso lienzo gastronómico de la Ciudad de México, donde las tendencias nacen y se desvanecen con la misma rapidez con la que un comensal devora un platillo efímero, existen santuarios que desafían el tiempo.
No se trata únicamente de resistir, sino de evolucionar, de imprimir una huella indeleble en el paladar y en la memoria de quienes buscan más que una simple comida: una experiencia. Hablamos de esos espacios donde la audacia y la tradición convergen, donde cada detalle, desde la arquitectura sensorial hasta la elección de ingredientes, narra una historia de pasión y maestría. Es en este exigente contexto donde un concepto particular ha logrado no solo florecer, sino consolidarse como un referente ineludible, marcando un lustro de supremacía silenciosa pero contundente.
La celebración de un quinto aniversario en una metrópoli tan competitiva como la CDMX es, en sí misma, un testimonio de excelencia y adaptación. Pero cuando esta celebración se ancla en una filosofía que prioriza la calidad suprema del producto y una conexión casi primitiva con el alimento, el logro adquiere una dimensión superior. La propuesta de prescindir de los cubiertos para dar paso a las manos como vehículo directo del sabor al paladar, es un acto de rebeldía calculada, un retorno a la esencia que muchos han olvidado. Esta aproximación, lejos de ser una excentricidad, se convierte en un ritual que intensifica la experiencia, permitiendo apreciar texturas y temperaturas de una forma más íntima y personal. Es una invitación a despojarse de formalismos innecesarios y conectar con la comida a un nivel más profundo, una filosofía que en lugares como San-tō Hand Roll Bar se eleva a un arte, demostrando que el verdadero lujo reside en la autenticidad y en la calidad intransigente.

Ubicado en el corazón palpitante de la colonia Roma, específicamente en Colina 161, este enclave se ha erigido como un bastión para los conocedores. No es casualidad. El diseño del espacio, con una imponente barra central que acoge a 24 comensales y mesas exteriores para quienes prefieren una atmósfera distinta, está concebido para fomentar una interacción directa y un servicio que roza la perfección. La amabilidad y el conocimiento del staff son el complemento ideal para una oferta culinaria que constantemente se reinventa. Es precisamente esta dinámica de evolución la que invita a sus asiduos a optar por el Omakase, una suerte de carta blanca al chef que garantiza un recorrido por las creaciones más recientes y emblemáticas, asegurando una sorpresa grata en cada visita y reafirmando por qué muchos lo consideran el mejor hand roll bar de la CDMX.
La verdadera joya de la corona, que encapsula la esencia de esta casa, es la manera en que se concibe su platillo estelar: el hand roll.
Una delicada hoja de nori crujiente, que envuelve arroz shari tibio en su punto exacto, y una selección de proteínas o vegetales de frescura incuestionable, todo aderezado sutilmente con soya.
La instrucción es clara: se come como un taco, con las manos, permitiendo que la calidez del arroz contraste con la frescura del relleno y el crujir del alga en una sinfonía de texturas y sabores.

Dentro de esta filosofía, brilla con luz propia la nueva Tostada Chu’toro: finas láminas de chu’toro, esa parte preciada del atún, marinadas en soya-limón, acompañadas de una salsa spicy de la casa y un cremoso de aguacate, todo coronado con brotes de cilantro, aros de cebolla cambray y furikake de shiso, servido sobre una crujiente tostada de wonton. Un bocado que se perfila, sin lugar a dudas, como el nuevo objeto de deseo.

Pero la maestría no se limita a los hand rolls. El menú de San-tō es un despliegue de opciones que satisfacen al paladar más exigente, incluyendo nigiris de ejecución impecable como el O’toro Especial con miso cacahuate y chile serrano, o el Salmón Mantequilloso flameado con ponzu. Los bowls, como el Deluxe con hamachi, akami y salmón, o el suntuoso Wagyu A5 japonés, ofrecen alternativas contundentes y sofisticadas. Incluso las opciones veganas, como el nigiri de Hongo Enoki con mantequilla vegana clarificada y tartufata, demuestran un compromiso con la inclusión sin sacrificar excelencia. La coctelería, con creaciones como el «Sabor Amor» o el «Bold Belly», y postres como el crème brûlée de taro o matcha, redondean una experiencia que va más allá de lo culinario; es un diálogo entre tradición e innovación. Las colaboraciones recientes con restaurantes de la talla de Chicama y Taverna son una prueba más de su espíritu inquieto y su búsqueda constante por ofrecer experiencias culinarias únicas y memorables.
Al final del día, lo que distingue a un establecimiento en el saturado panorama gastronómico no es solo la calidad de su cocina, sino la coherencia de su visión y la audacia para ejecutarla sin concesiones. Celebrar cinco años no es simplemente contar el tiempo, sino la evidencia de un camino forjado en la excelencia, en la capacidad de conectar con un público que valora la autenticidad y la sofisticación desprovista de arrogancia.
