Hubo un tiempo quizá no tan lejano en que el ideal de belleza parecía una sentencia escrita por otros. Hombres y mujeres, por igual, crecimos creyendo que lo atractivo debía responder a un canon específico, uniforme y, en muchos sentidos, inalcanzable. Pero el mundo cambió. La imagen en el espejo dejó de ser una proyección externa para convertirse en una exploración personal. La belleza, hoy, es una conversación íntima, poderosa y, sobre todo, auténtica.
Esta revolución no ocurrió de la noche a la mañana. Surgió de pantallas pequeñas y voces grandes: creadores que desafiaron el guion tradicional, audiencias que exigieron inclusión y plataformas que facilitaron el diálogo. En ese contexto, las reglas se rompieron para dar paso a nuevas narrativas. Y es ahí donde comienza la historia que hoy celebramos.
En un entorno donde la industria de la belleza solía hablar en monólogos, la irrupción de modelos participativos cambió el juego. Hoy, en México, más de un millón y medio de personas han recibido una Glam Bag como parte de una experiencia mensual que trasciende el simple hecho de abrir una cosmetiquera. Se trata de descubrir, probar, equivocarse y volver a intentar. De elegir lo que nos define.

Detrás de esa experiencia está IPSY, una marca que llegó al país hace tres años con una propuesta tan clara como desafiante: no imponer, sino inspirar. Su éxito radica en algo que pocas empresas logran con autenticidad: escuchar. A través de un test de perfil, cada suscriptor moldea su propia narrativa, y lo que recibe en su bolsa no es un producto al azar, sino una herramienta para explorar su identidad.
Esta dinámica ha permitido a la marca tejer una comunidad en la que la belleza se entiende como una forma de libertad. En lugar de prometer perfección, IPSY propone descubrimiento. En lugar de vender un ideal, invita a construir el propio. Hablar de belleza en clave masculina aún incomoda a muchos. La idea de que los productos de cuidado personal pertenecen a un universo femenino ha sido uno de los grandes mitos que las nuevas generaciones han venido a cuestionar. Hoy, más que nunca, los hombres jóvenes especialmente aquellos que forman parte de la generación Z y los millennials entienden que cuidar su piel, su imagen y su presencia, no es un gesto de vanidad, sino de poder.
El crecimiento de IPSY en México ha ido de la mano con esta nueva actitud. Su plataforma, sin etiquetas ni prejuicios, permite que cualquier persona sin importar su género explore productos de skincare, maquillaje o herramientas de cuidado personal con naturalidad. Porque sí, un corrector puede ser el aliado perfecto después de una noche sin dormir, y una crema hidratante puede cambiar más una conversación que cualquier camisa de diseñador.

La inclusión de marcas como Rare Beauty o Benefit Cosmetics dentro de sus selecciones mensuales, así como la incorporación de Sarelly Creativo Lab una firma mexicana que entiende el contexto cultural local, demuestra un compromiso real con la diversidad y el talento emergente. Lo masculino ya no se define por lo que excluye, sino por lo que abraza.
El modelo de suscripción mensual es solo una parte del ecosistema. La posibilidad de añadir productos exclusivos durante ventanas limitadas o de acceder a descuentos permanentes en la IPSY Shop fortalece la sensación de pertenencia. No se trata de una compra impulsiva, sino de una membresía que evoluciona contigo. Además, el enfoque tecnológico detrás del sistema de personalización es un testimonio de cómo el futuro de la belleza se construye con datos, algoritmos y sensibilidad humana. Cada elección del usuario afina su experiencia, y esa retroalimentación constante crea una curva de aprendizaje conjunta, entre marca y comunidad.
La historia de IPSY en México es también la historia de una generación que no espera a que le digan cómo verse, qué usar o qué esconder. Es la historia de quienes entienden que la belleza no es un destino, sino una exploración constante. De hombres que se atreven a cuidar su piel sin que eso ponga en duda su carácter. De mujeres que se maquillan por gusto, no por mandato. Y de un mercado que, al fin, empieza a reflejar esa realidad.
