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Martín Barba: el arte de romper el silencio y forjar una nueva masculinidad en escena

En una era digital saturada de narrativas efímeras y a menudo superficiales, emerge una sed palpable por historias que verdaderamente calen, que interpelen nuestra inteligencia y propongan nuevas cartografías para entender la compleja condición humana.

El hombre contemporáneo, ese que no rehúye la profundidad ni teme confrontar sus propias convicciones, busca espejos que reflejen no solo sus aspiraciones, sino también sus dilemas. Es en este contexto que figuras como Martín Barba irrumpen con una fuerza particular, no como meros intérpretes de un guion, sino como catalizadores de una conversación necesaria. Barba se perfila como un exponente de una estirpe de artistas que, con audacia y una elegancia innata, se aventuran en territorios emocionalmente exigentes, demostrando que salir de la zona de confort no es un riesgo, sino un imperativo. Su trayectoria, marcada por elecciones que denotan una versatilidad admirable, anticipa un compromiso que trasciende el mero entretenimiento. Así, nos adentramos en la premisa de la comunicación más allá de las palabras, explorando el lenguaje elocuente del cuerpo y el peso significativo del silencio, con el teatro como crisol donde estas exploraciones alcanzan su máxima expresión. El nuevo desafío escénico de Barba se anuncia no solo como un hito en su carrera, sino como una invitación a escuchar lo inaudible, a conectar con fibras existenciales que a menudo ignoramos.

Hay momentos en la trayectoria de un artista que definen un antes y un después, instantes en que un texto deja de ser tinta sobre papel para convertirse en una experiencia transformadora. Para Martín Barba, ese momento llegó con el guion de “Manual básico de lengua de señas para romper corazones”. Su reacción inicial, de una honestidad brutal, revela la magnitud del impacto: “La verdad es que pocas veces me había pasado, pero me la pasé llorando mientras leía el guion. Y dije, Ay, aquí hay algo raro”. Esta confesión no es una anécdota menor; es la piedra angular de un compromiso que se gestaba desde la emoción más pura. La decisión de aceptar el papel, aunque visceral, también estuvo cimentada en la confianza. El equipo de producción detrás de este nuevo proyecto era el mismo con el que había cosechado el éxito de “Smiley”, una obra que ya había dejado una huella importante.

Progresivamente, la obra reveló su verdadera dimensión: un proyecto “bastante ambicioso, bastante difícil”. La complejidad no radicaba únicamente en la interpretación, sino en la logística inherente a una puesta en escena que buscaba la inclusión auténtica. “Descubrimos que no podíamos hacer nada sin un intérprete claro. Los intérpretes son caros, cobran por hora… todos los tiempos se hacían un poquito más largos”. Esta realidad, lejos de amedrentar, pareció solidificar la determinación del equipo. La actitud de “sacarlo adelante” frente a los obstáculos económicos y temporales evidencia una convicción profunda en el valor intrínseco del proyecto, una tenacidad que define a quienes no se conforman con lo fácil. Para Barba, esta experiencia se convirtió en una oportunidad invaluable de crecimiento personal: “… es muy importante también para nosotros, como seres humanos, estar saliendo de nuestra burbuja y creo que esto fue justo lo que hizo esta obra conmigo y con parte del equipo de los oyentes”.

El personaje de Martín Barba, Jaime, es un joven oyente que se enamora de Lucho, un chico sordo. Esta premisa, aparentemente sencilla, encierra un universo de complejidades: “interpretar a Jaime es un chico oyente que se enamora de Lucho, un chico sordo… esto implica navegar la comunicación más allá de lo convencional”. El primer gran umbral fue comprender y adoptar la perspectiva de la comunidad sorda respecto a su propia identidad. Barba asimiló rápidamente un matiz crucial: “los sordos hacen mucho énfasis en eso, que no son personas discapacitadas… todos los seres humanos tenemos diferentes capacidades, ¿no? Entonces, pues en realidad todos tenemos capacidades diferentes”.

El proceso de aprendizaje de la LSM fue para Barba un viaje de descubrimientos. La sorpresa inicial ante la aparente facilidad del abecedario “Me lo aprendí en un día con un video de YouTube” pronto dio paso a la confrontación con las verdaderas complejidades del idioma. “Los sordos tienen otra gramática, tienen una lengua mucho más simplificada, no entienden de metáforas, no entienden de poesía… me costó ya de repente mucho trabajo aprender la lengua de señas justo cuando me enfrentaba a estos textos largos”. Esta inmersión no fue meramente técnica; implicó un intento de comprender una cosmovisión distinta, donde la literalidad prima sobre la abstracción poética a la que el español hablado nos tiene acostumbrados. Este choque cultural, esta necesidad de desaprender para aprender, es lo que forja a un actor que busca la verdad en su interpretación. En este arduo camino, la figura de Antonio Sacruz, intérprete y posteriormente director asociado, se reveló indispensable: “Todo fue gracias al intérprete y que además también se convirtió después en director asociado porque se descubrió que sin él no éramos nada, que es Antonio Sacruz”. La honestidad de Barba al calificar este papel como “el reto más grande que he hecho actoralmente” y la subsecuente satisfacción del “se logró, estoy muy contento” encapsulan la esencia de un hombre que no teme enfrentarse a sus propios límites.

La obra, “Manual Básico de Lengua de Señas para romper corazones”, explora la premisa de que el amor es, en esencia, “aprender el lenguaje del otro”. Sin embargo, la experiencia y la reflexión de Martín Barba añaden una capa de complejidad a esta idea. Citando a su director, Joserra Zúñiga, Barba comenta: “nuestro Director José Ra Zúñiga, nos decía que qué bueno, que el amor era aprender el lenguaje del otro. Y entonces yo con esta obra le dije, no, espérate, porque ahí te voy a agregar otra cosa, a veces ni aprendiendo lenguaje del otro, no”. Esta acotación, cargada de una sinceridad casi brutal, abre la puerta a una discusión más profunda sobre las múltiples barreras que existen en la comunicación humana, incluso cuando se comparte un idioma o una cultura. “Hay muchas barreras en la comunicación entre los seres humanos… además, aquí en esta obra, pues también se suma esa otra barrera, no de la diferencia, sobre todo cultural… porque no tienen tanto acceso a cierta información este y eso hace que pensemos diferentes”.

Más allá de los reflectores y los escenarios, Martín Barba cultiva otra faceta que revela la multiplicidad de sus intereses y su conexión con el pulso de la vida cotidiana: su lonchería Carisma. Este emprendimiento, que podría parecer un simple negocio paralelo, es en realidad un ancla, un espacio de creación diferente pero igualmente demandante. Barba no romantiza los desafíos del emprendimiento en México: “Ser emprendedor en este país es una cosa muy complicada. Que las cosas de pronto parecieran estar hechas para que solamente las grandes empresas puedan hacer algo”.

La experiencia al frente de Carisma le ha brindado una perspectiva invaluable, no solo sobre el mundo empresarial, sino también sobre su propia profesión. “Me ha ayudado también mucho. Creo que en valorar mi trabajo… enfrentarme a esta otra realidad…”. El hecho de, en ocasiones, “estar teniendo mesas o estar en la barra o ayudar a lo que se necesite” lo mantiene con los pies en la tierra, lejos del posible aislamiento que a veces conlleva la fama.

El eco de “Manual básico de lengua de señas para romper corazones” y la interpretación de Martín Barba trascienden el ámbito de un mero evento teatral. Se erigen como una invitación contundente a la reflexión sobre la empatía, la complejidad de la comunicación y la inmensa diversidad del amor. La obra, según el propio Barba, enseña que “la gente nos quiere de la manera que sabe querer, ¿no? Y a veces no es la misma manera en que a nosotros nos gustaría, pero eso no quiere decir que no nos quieran”. La imagen de un público compuesto por personas sordas y oyentes, compartiendo un espacio de conmoción y risas, es un testimonio poderoso del potencial unificador del arte.

Martín Barba, a través de este y otros proyectos, se consolida no solo como un actor de notable talento, sino como un referente de una masculinidad que se atreve a ser vulnerable, que desafía sus propios confines y que aboga activamente por un mundo más inclusivo y comprensivo.

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