Hay momentos en que la imagen no solo acompaña la narrativa: la domina. En la gala de nominaciones de La Casa de los Famosos México 3, la televisión dejó de ser entretenimiento para convertirse en un campo de batalla estético. Ahí, entre luces de estudio y códigos de reality, Galilea Montijo apareció como una figura tallada en rojo intenso. No una celebridad vestida. Una silueta pensada para resistir, seducir y trascender.
El vestido fue diseñado por la casa mexicana Iann Dey, dirigida por Iván Gallegos y David Márquez. No es la primera vez que sus creaciones irrumpen en el imaginario nacional, pero esta vez no solo lo ocuparon: lo reconfiguraron. La pieza incluía un corset de piel roja, tan estructurado como simbólico, un peplum ceñido que delineaba con precisión quirúrgica la cintura, y una falda lápiz cuyas más de 20 000 cuentas bordadas a mano transformaban cada paso de la presentadora en una marcha ceremonial. Esta no fue una prenda pensada para agradar. Fue concebida para imponer. Para recordarnos que el cuerpo vestido puede ser mensaje, pero también escudo.

En una época donde los visuales compiten por segundos de atención, aparecer en pantalla con una pieza de esa envergadura es una declaración técnica y emocional. El estilismo, a cargo de Jessica Marmolejo, no buscó simplemente embellecer a Galilea. Quiso convertirla en un eje visual. Una imagen que no se pudiera ignorar. Mientras otros looks televisivos apelan al agrado masivo, este eligió el rigor del detalle y la contundencia del color. Rojo. Absoluto. Sin matices. El color del riesgo, de la presencia, del control.
La relevancia de esta pieza no se limita a la alfombra o al ruido digital que generó. Es una lección sobre cómo la moda hecha en México puede cuando quiere producir no solo estética, sino fuerza simbólica. Cada cuenta bordada es un gesto artesanal que se rebela contra la lógica de la inmediatez. El corset, hecho en piel nacional, es técnica convertida en silueta. El resultado: un diseño que no busca parecer europeo ni caer en el folclor decorativo. Busca, simplemente, ser inolvidable.
La firma Iann Dey no necesita levantar la voz para reclamar su lugar. Su crecimiento ha sido silencioso, pero firme. Desde León, Guanajuato, han vestido a figuras como Belinda, Ángela Aguilar y Danna Paola. Pero con Galilea Montijo lograron algo más: vestir a la audiencia. Porque cuando una imagen se replica, se discute, se convierte en símbolo… deja de pertenecerle a quien la porta y se vuelve parte del imaginario colectivo.

Lo que sucedió con este vestido es la materialización de una hipótesis que durante años se ha querido confirmar: que la moda mexicana no necesita permiso para estar al nivel de las grandes capitales. Lo único que necesita es convicción, calidad y exposición justa. El trabajo de Marmolejo y Galilea en esta temporada de La Casa de los Famosos es precisamente eso: una operación estética que posiciona, sin pedir disculpas, el talento local como el nuevo estándar. En una industria saturada de imágenes, pocas tienen la capacidad de detener el scroll. Este vestido no solo lo detuvo. Lo rompió.

El vestido rojo de Galilea Montijo no fue una apuesta por verse bien en prime time. Fue una estrategia visual cargada de oficio, fuerza y cultura. Cada centímetro hablaba de precisión. Cada textura, de memoria. Cada línea, de control absoluto.
