Hay paisajes que parecen diseñados para encapsular un instante. El sur de Francia es uno de ellos: sol dorado que acaricia las fachadas, brisa salina que envuelve las terrazas y ese ritmo pausado que convierte cualquier día común en un recuerdo imborrable. No es un destino, es una actitud. Y este verano, Sophie Turner vuelve a sumergirse en ese escenario, llevando consigo algo más que maletas: la intención de redescubrir el arte de disfrutar.
En la nueva entrega de su colaboración global, Turner cambia el set de grabación por la barra, retomando la historia que inició el año pasado con una narrativa que mezcla humor, ligereza y un dejo de sofisticación. Lo que podría haber sido un simple guiño publicitario se transforma en un cortometraje que juega con las reglas de la comedia romántica, mientras introduce al espectador en una cultura donde el cóctel no es solo una bebida, sino un lenguaje.
En un mundo saturado de opciones, el St. Germain Spritz ha ganado un lugar en la conversación internacional por razones que trascienden la estética de su copa. Su composición —licor de flor de saúco, prosecco, agua con gas, limón y menta— propone algo más que frescura: ofrece una experiencia sensorial que conecta con la idea de vivir sin prisa. No es casual que Google registrara un aumento del 49 % en búsquedas globales durante 2024; hay un apetito creciente por lo ligero, lo brillante y lo que, de algún modo, nos recuerda que la elegancia también puede ser relajada.
Turner, lejos de interpretar un papel rígido, encarna a alguien que improvisa, que celebra los errores de principiante en la coctelería como parte de la diversión. El mensaje es claro: elevar un momento no exige perfección técnica, sino actitud.
La campaña no se limita a un par de videos. Habrá colaboraciones con chefs de renombre, una experiencia pop-up inspirada en la Riviera Francesa en la flagship de Nordstrom en Nueva York, y activaciones que cruzarán océanos. De St. Tropez a la Costa Amalfitana, pasando por terrazas urbanas donde el spritz es moneda social, St. Germain busca insertarse en los escenarios que dictan el pulso del verano.
El encanto radica en esa mezcla entre lo aspiracional y lo alcanzable: puedes encontrarte con Sophie Turner en pantalla grande, pero también replicar el cóctel en tu cocina sin perder el aura de exclusividad.
En la secuencia visual de la campaña, el sur de Francia funciona como un espejo de lo que podría ser cualquier lugar donde decidas detenerte y brindar. El St. Germain Spritz no es presentado como un lujo distante, sino como un gesto cotidiano que, con los elementos correctos, adquiere una dimensión cinematográfica.
Ese es, quizá, el mayor acierto narrativo: situar el lujo en lo inmediato, hacerlo tangible sin despojarlo de misterio. En un mercado donde las bebidas compiten por ser “la tendencia”, esta propuesta opta por otra vía: consolidar un ritual.
Si algo deja claro esta segunda entrega, es que no se trata de una campaña fugaz. Sophie Turner y St. Germain apuestan por un concepto que podría repetirse año tras año, como esas películas que volvemos a ver cada verano sin importar cuántas veces las sepamos de memoria.