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DEIGO trae a la barra capitalina al maestro de Teruzushi y sacude la escena

En una ciudad que vive a ritmo de neón y sobremesa, donde el fine dining y la taquería se sientan en la misma mesa, hay momentos que reordenan la brújula. No llegan con ruido: irrumpen con filo, silencio y un gesto mínimo de la muñeca. Así ocurrió a mediados de agosto, cuando la Ciudad de México volvió a mirar hacia Oriente y encontró, en la intimidad de una barra, una lección de técnica, ritual y presencia escénica que trasciende el menú.

Durante 14, 15 y 16 de agosto de 2025, la casa capitalina Deigo recibió al chef Takayoshi Watanabe, tercera generación al frente de Teruzushi (Kitakyushu), para un omakase de cupo limitado que se agotó antes de abrir servicio. No fue un simple “pop-up”; fue una inmersión en la escuela Edomae, en su rigor y en su teatralidad contemporánea, con el sello escénico que ha llevado a Watanabe a giras por el mundo.

Watanabe no cocina en piloto automático. Tercera generación de una barra con más de medio siglo, tomó las riendas de Teruzushi en 2013 y, desde entonces, convirtió un restaurante de barrio en un fenómeno global: ingredientes elevados, obsesión por el detalle y una puesta en escena que convierte cada corte en narrativa. Su “sushi theater” no es adorno: es estrategia para honrar el producto, comunicar oficio y mantener a la audiencia sí, audiencia con el pulso arriba.

En Deigo, esa energía tomó forma en más de quince tiempos ejecutados frente al comensal: nigiris de precisión milimétrica, texturas calibradas y una barra que se comportó como escenario, donde la maestría técnica no compite con la emoción, la dirige. Aquí no hay “efectismo”; hay coreografía.

Decir Edomae es hablar de técnica, no de moda. Nacida en el Edo del siglo XIX, su lógica es el tratamiento del pescado (curado, reposo, marinado, cocción breve) para extraer umami y estabilidad; la “frescura” se entiende como gestión del tiempo, no como reloj detenido. Eso explica por qué un bocado puede parecer más concentrado, más largo, más adulto. Si nunca has probado un kohada trabajado con paciencia o un kinmedai que ha reposado lo justo, no conoces todavía el vocabulario completo del sushi.

Watanabe, fiel a esa escuela, suma técnicas modernas de descerebrado y exanguinación (shinkei-jime) y manejo de maduración que afinan textura, color y sabor. En barra, ese rigor se traduce en nigiris que dicen “calma, aquí manda el método”.

Lo de Deigo no fue simple agenda: fue curaduría. El restaurante se posiciona como plataforma viva para el intercambio gastronómico: convoca a maestros, tiende puentes, provoca a la escena local y honra la tradición japonesa mientras impulsa hospitalidad contemporánea con visión global. En su barra, la cultura se comparte pieza a pieza, lejos del ruido y cerca del pulso. Y cuando un anfitrión entiende la barra como medio, no solo como lugar, la ciudad gana en vocabulario culinario.

Que el omakase con Watanabe se agotara días antes dice mucho del apetito de la CDMX por alta cocina japonesa seria, y también de la credibilidad que Deigo ha construido: traer al tercer heredero de Teruzushi, con todo su peso cultural y su disciplina escénica, es apostar por elevar la conversación, no por sumar likes.

Quienes asistieron hablaron de precisión quirúrgica en los cortes, de una energía en barra que te toma por la solapa y de una secuencia que alternó historia, gesto y técnica. La experiencia dejó claro que la CDMX ya no se conforma con “sushi correcto”: exige narrativas completas, oficio sin concesiones y anfitriones que actúen como editores de escena. Ahí, la alianza Deigo × Watanabe no fue un evento: fue una clase magistral y un mensaje al resto de la ciudad.

Masculino no es estruendo: es control. El filo tranquilo del cuchillo, el arroz domado, el pescado en su mejor versión.

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