Hay arquitectos que levantan edificios y hay otros que levantan atmósferas. Miguel Ángel Aragonés pertenece a la segunda especie: crea espacios que se sienten antes de entenderse.
Para una generación hiperacelerada que consume diseño en scrolls infinitos vale la pena bajar la velocidad y entrar a un mundo donde la luz dicta el pulso, la escala se vuelve íntima y la latitud no es un dato técnico, sino cultura y conducta. En conversación con NEOMEN, Aragonés desmenuza una idea radicalmente vigente: la arquitectura que perdura no juega a las tendencias; trabaja con el tiempo, el clima y las personas.
Aragonés insiste en comenzar por lo esencial: entender el lugar. Diseñar para Acapulco no es lo mismo que diseñar para Alaska. Cambia la manera de habitar, de protegerse, de comer, de vestir; cambia, en suma, la lógica con la que un edificio debe responder. Su método no se obsesiona con “la moda” que caduca por definición, sino con la congruencia y la temporalidad: materiales posibles, recursos locales, sombras necesarias, aperturas que respiran. Ser atemporal aquí no es neutral; es una postura.

El Hotel Encanto se gestó entre 2001 y 2009; es un laberinto blanco que se abre al Pacífico, construido con recursos contenidos y mano de obra local. Su escala es humana a propósito: pasillos estrechos, rincones donde apenas caben dos personas, cambios de luz que te invitan a bajar la voz. No pretende impresionar; busca cobijar. Esa es su audacia.
La obra terminó de completarse hacia 2010 y hoy es una de las postales más sugerentes del litoral de Acapulco: 44 habitaciones que, más que “vistazos” al mar, parecen conversaciones privadas con el horizonte.
En Aragonés hay una dialéctica constante: lo “masculino” del muro firme, protector frente a la “femineidad” de la pared suavidad, acogida. Ese diálogo no es capricho poético: ordena el recorrido, dosifica la luz, decide cuánto revelar y cuánto ocultar. El resultado es una arquitectura que no grita; susurra lo suficiente para que el usuario complete la historia con su propio cuerpo.

De día, el sol hace el trabajo: entra, se pausa, rebota; define volúmenes. De noche, la luz artificial cambia el ánimo sin miedo a lo cromático. En Rombo IV, en la Ciudad de México, los muros blancos se vuelven lienzos para una iluminación que transforma lo doméstico en experiencia sensorial: del sosiego diurno a una energía casi onírica al caer la tarde.
Aragonés evita competir por premios; su prioridad es el discurso construido. Aun así, su obra ha sido señalada fuera: Mar Adentro hoy Viceroy Los Cabos, fue distinguido en 2017 por Prix Versailles con un premio especial de diseño exterior, y años después el complejo sería reimaginado bajo la marca Viceroy sin traicionar su esencia de lagunas, pasarelas y horizontes blancos. Para quien estudia arquitectura o la ve en Instagram, la lección es clara: el impacto puede llegar, pero no es el objetivo. Lo central es pensar con rigor y construir con inteligencia.

Aragonés defiende la escala íntima. Una puerta de proporciones humanas en un lobby enorme; un árbol que no se desplaza, y alrededor del cual se diseña; una terraza que no busca “ser fotografiada”, sino ser vivida. Esa ética, aplicada a hoteles, residencias o equipamientos, evita la trampa del poder y la elocuencia gratuita. En lugar de desafiar al visitante, lo recibe.
Autodidacta por convicción, Aragonés demuestra que la formación no ocurre solo en el aula: se construye, visitando obras, leyendo, trabajando con mentores, observando cómo se distribuye un conjunto de vivienda o cómo se resuelve un detalle de sombra. Lo respaldan décadas de práctica y un perfil público que lo define, sí, como autodidacta, pero también como un arquitecto de taller cercano al dibujo, la obra y el equipo.

Lejos de romantizar lo artesanal por lo artesanal, Aragonés ha explorado sistemas prefabricados inteligentes: estructuras que reducen tiempos de obra y optimizan recursos sin sacrificar atmósfera ni precisión espacial. En 2021 presentó un prototipo habitable en 50 días, recordándonos que la innovación no está peleada con la emoción.
Que la arquitectura de verdad no necesita “gritar” para quedarse en la memoria. Que diseñar con la latitud en mente clima, luz, cultura es más potente que perseguir el “hype”. Que un proyecto de hospitalidad puede convertirse en marca sin venderse como tal: Encanto Acapulco lo demuestra cada noche cuando la luz termina de dibujar sus muros; Viceroy Los Cabos confirma que una visión clara resiste rebrandings, modas y huracanes. En NEOMEN nos quedamos con una idea robusta: cuando un espacio está pensado “para ti”, el lujo verdadero no es la opulencia, sino la coherencia.
