¿Quién es realmente Anna Wintour en la industria de la moda?

¿Eran ciertas las pequeñas mofas que le hicieron en “Devil Wears Prada” titulándola “La Mujer Dragón”?

En el año 2000, Lázaro Hernández, futuro cofundador y director creativo de Proenza Schouler, era todavía un estudiante de moda. Al volver de Miami con su madre, se dio cuenta de que en su propio vuelo, Anna Wintour estaba sentada en primera clase. Eufórico y al mismo tiempo intimidado, se armó de valor para escribir unas palabras en una bolsa para el mareo: “Soy estudiante de Parsons. No busco nada, pero quiero trabajar gratis, ser becario, aprender todo sobre la industria, y sé que ustedes son capaces de abrirme esa puerta”. Hernández puso la nota bajo el vaso de Anna, que estaba durmiendo, y volvió a su asiento.

Un par de semanas más tarde, el joven recibió una llamada telefónica del asistente de Michael Kors, ofreciéndole unas prácticas. Más tarde, cuando Wintour se enteró de que la colección de tesis que Hernández hizo con Jack McCollough no solo había ganado la exposición anual de Parsons, sino que ya había sido adquirida por un comprador de Barneys, invitó a los diseñadores a su despacho. Las prendas confeccionadas por Hernández y McCollough fueron fotografiadas por Helmut Newton en una sesión editada por Grace Coddington. Con la incipiente marca Proenza Schouler, los diseñadores se convirtieron en los primeros ganadores del CFDA / Vogue Fashion Fund Award, el premio creado por Anna Wintour para apoyar a las nuevas voces del sistema de la moda.

Fuente: Getty Images

Esta es una de las anécdotas más llamativas de “ANNA, The Biography”, el libro escrito por la periodista de moda Amy Odell. Desde el anuncio de su publicación, la biografía ha desencadenado una búsqueda insistente de detalles íntimos, revelaciones y cotilleos, una curiosidad sin precedentes desconocida para otras personalidades de la industria de la moda.

Pero Wintour no es como las demás, para bien o para mal: su figura forma parte ya, a todos los efectos, de la esfera de la iconografía y el mito. Entrevistando a amigos, colegas, antiguos colaboradores y empleados, Odell trata de llegar a una descripción lo más imparcial posible del carácter y la obra de Wintour, dejando al lector el juicio final. Amy no quiere redimir a Wintour, convencer de su buen corazón o escandalizar con el relato de sus relaciones pasadas: la biografía se convierte en una larga y detallada crónica del ascenso de una personalidad fuerte, de gran voluntad e inteligente, tensa, a veces arribista y sin escrúpulos.

El retrato de Anna Wintour no puede esbozarse en tonos de blanco y negro. De hecho, su carrera está perpetuamente en una zona de claroscuros, territorio gris, polos opuestos desde los que ver y juzgar acciones profundamente inteligentes e innovadoras o movimientos insensibles y ofensivos.

Fuente: ENTITY

En el Vogue que ella editaba, hubo durante décadas una objetiva falta de diversidad, hasta el punto de que Odell relata el momento en que, tras una petición de André Leon Talley de fotografiar a más modelos negros, Wintour supuestamente respondió: “Que alguien le diga a Talley que no siempre es el mes de la historia negra”. La editora impuso unas normas estéticas inalcanzables y tóxicas, tanto para los que trabajaban en la revista de Condé Nast como para los que tenían el honor de aparecer en la revista.

Para conseguir la portada, Oprah tuvo que someterse al llamado “Vogue Makeover”, perdiendo casi 10 kilos. Los cuerpos sin cortar no tenían cabida en la revista, cada foto estaba muy retocada, cada imperfección borrada, ya fueran los rollos de un bebé o los dientes de Sienna Miller. Luego estaban los ritmos, hábitos y exigencias enloquecedoras que no se alejaban mucho de las del personaje de Miranda Priestley en la película que catapultó a Wintour. Por encima de todo, estaban las relaciones laborales y los favores a Harvey Weinstein, Donald Trump, Bruce Weber y Mario Testino.

Fuente: Archivo de Vogue

Por otro lado, sin embargo, está el apoyo constante a los jóvenes diseñadores; la larga amistad con Talley, a quien Wintour se mantuvo cercana hasta el final, a pesar de los desacuerdos y las peleas; la relación de profunda estima con Grace Coddington, a quien Wintour decretó digna protagonista del documental “The September Issue”. Y luego están todas las innovaciones aportadas a la revista, el impulso dado a la cultura de las celebridades tal y como la concebimos hoy, la combinación sin precedentes de la alta moda y la ropa de precio más moderado, la importancia dada desde el principio a lo online, la voluntad de hablar de política y de actualidad en una revista que durante décadas se consideró frívola y superficial.

Por encima de todo, están las ideas y las intuiciones que revolucionaron no solo Vogue (y todas las revistas en las que Wintour estuvo metida antes) sino la industria en su conjunto.

A cada cara de la moneda le corresponde su contrapeso, a cada defecto se le puede oponer un mérito, a cada innovación un retroceso. Ahí están las lágrimas derramadas por Wintour tras la elección de Trump, pero también la firmeza a la hora de exigir la presencia en el despacho de todos los empleados, aún conmocionados y en shock tras el 11-S.

No es posible “simplificar” la figura de Wintour, sería lascivo llamarla otra cría de nepotismo, dada la trayectoria e influencia de su padre Charles, también periodista, que en más de una ocasión descolgó el teléfono para hablar bien de su hija. Desde 1988 hasta la actualidad ha permanecido al frente de Vogue USA, asumiendo en 2020 el cargo de Directora Global de Contenidos de Condé Nast, superando crisis económicas y persistentes rumores de dimisión, sobreviviendo en una industria que se ha desmoronado y regenerado bajo sus pies.

¿Su tenacidad es admirable o patética? ¿Será la última gran editora de moda de nuestros tiempos o será recordada como la editora que no quería irse, a pesar de la presión? Nunca habrá una opinión unánime sobre Anna Wintour, como a ella le gustaría.

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