En un mundo cada vez más polarizado, donde las etiquetas y los conceptos se lanzan con la velocidad de un tweet, el término “masculinidad tóxica” ha emergido como uno de los más debatidos y controversiales.
En su núcleo, esta frase busca describir aquellos comportamientos y actitudes que perpetúan la dominación, la devaluación de las mujeres, la homofobia y la violencia, todo en nombre de un concepto distorsionado de lo que significa ser hombre. Sin embargo, para comprender realmente el alcance de esta idea, es crucial sumergirse en su historia y evolución, un viaje que revela cómo una noción nacida en los círculos de la autoayuda de la Nueva Era ha sido transformada, ridiculizada y manipulada a lo largo de las décadas.
Hace más de 40 años, mucho antes de que “masculinidad tóxica” se convirtiera en un término recurrente en las discusiones sobre política y cultura, un grupo de terapeutas, activistas y poetas, conocido como el Movimiento Mitopoyético, comenzó a explorar lo que significaba ser hombre en una era de cambios sociales profundos. Liderados por el poeta Robert Bly, estos hombres se reunían en retiros para reconectar con lo que llamaban el “Hombre Salvaje” interior, una figura arquetípica que representaba una forma más pura y primitiva de masculinidad. La idea era que la modernidad y las presiones de la vida cotidiana habían suprimido esta energía masculina esencial, resultando en hombres que eran “demasiado blandos” o, en el otro extremo, que manifestaban su frustración en formas de violencia y comportamiento destructivo.
Fue en este contexto donde comenzó a surgir el concepto de “masculinidad tóxica”, inicialmente como una advertencia sobre lo que podría suceder cuando los hombres no lograban equilibrar estas fuerzas internas. El término fue utilizado por primera vez en la revista The New Republic en 1990, en un artículo que describía los crecientes movimientos de hombres en los Estados Unidos, y desde entonces ha evolucionado, capturando la imaginación del público y la crítica por igual.
Con el tiempo, la “masculinidad tóxica” fue adoptada por sociólogos, psicólogos y responsables políticos como un marco para entender ciertos comportamientos masculinos destructivos. En los años 90, mientras la economía global cambiaba y el papel tradicional del hombre como proveedor se veía amenazado, se observó un aumento en la criminalización de hombres pobres y de minorías, especialmente en los Estados Unidos. La falta de una figura paterna, argumentaban algunos, estaba creando una generación de hombres que buscaban modelos masculinos en sus pares o en héroes de acción del cine, perpetuando una versión exagerada y tóxica de la masculinidad.
Para muchos, este concepto proporcionó un lenguaje para abordar problemas sociales profundos, pero también abrió la puerta a interpretaciones simplistas que a menudo se utilizaban para culpar a los hombres de todos los males de la sociedad. Así, lo que comenzó como una herramienta de introspección y autoayuda, se transformó en un arma arrojadiza en las guerras culturales que han dominado el discurso público en las últimas décadas.
La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en 2016 reavivó el debate sobre la masculinidad tóxica. Para muchos liberales, la victoria de Trump fue vista como un triunfo de las peores cualidades de la masculinidad: agresividad, falta de empatía y un rechazo a cualquier forma de introspección o cambio. El movimiento #MeToo, que emergió poco después, añadió más leña al fuego, exponiendo a una serie de hombres poderosos que utilizaban su posición para abusar de otros, comportamientos que se describieron rápidamente como ejemplos de masculinidad tóxica en acción.
Sin embargo, este uso del término también provocó una fuerte reacción conservadora. Figuras públicas y comentaristas de derecha, como Ben Shapiro y Jordan Peterson, han criticado la noción de masculinidad tóxica como un ataque a todas las formas de masculinidad, argumentando que se trata de un intento de feminizar a los hombres y socavar las virtudes tradicionales como la fuerza, el honor y el deber. Esta resistencia ha hecho que el término se convierta en un símbolo en la lucha entre diferentes visiones de lo que significa ser hombre en el siglo XXI.
Hoy en día, el concepto de masculinidad tóxica se ha convertido en algo más que un simple término académico o de autoayuda; es un campo de batalla en la lucha por definir el papel de los hombres en una sociedad que está cambiando rápidamente. Para algunos, sigue siendo una herramienta valiosa para criticar y reconfigurar comportamientos que perpetúan la desigualdad y el sufrimiento. Para otros, es una etiqueta que simplifica en exceso un problema complejo, reduciendo a todos los hombres a un estereotipo negativo.
No obstante, los desafíos que enfrentan los hombres de hoy son reales y alarmantes. Las tasas de soledad, desconexión social, suicidio y abuso de sustancias entre hombres jóvenes están en niveles sin precedentes, y la violencia sigue siendo una característica persistente en la vida de muchos hombres.