En una era definida por la inmediatez y los algoritmos que dictan nuestros siguientes pasos, incluso en el consumo cultural, detenerse a cuestionar la estructura misma de la experiencia se convierte en un acto casi subversivo.
Estamos acostumbrados a seguir caminos trazados: la playlist curada, la serie en orden cronológico, el álbum de principio a fin. Pero, ¿qué sucede cuando las reglas se desdibujan y se nos entrega el control, no solo de la elección, sino de la construcción misma del relato? Hay ecos en la literatura que ya exploraron esta fragmentación, retando al lector a ser partícipe activo, a saltar entre capítulos como quien salta casillas en un juego infantil trazado en el asfalto. Esa misma audacia ahora resuena en el terreno musical, invitándonos a replantear cómo nos relacionamos con el sonido y la narrativa que este propone.
La música, como forma de arte, a menudo se percibe como un flujo continuo, una historia con introducción, nudo y desenlace sonoro. Sin embargo, existen corrientes que desafían esta linealidad, buscando reflejar de manera más fiel la naturaleza fragmentada y a veces caótica de la experiencia humana. Inspirado directamente por la genialidad estructural de «Rayuela», la icónica obra de Julio Cortázar que dinamitó las convenciones narrativas, emerge una propuesta sonora que adopta esa misma filosofía lúdica y transgresora. Se trata de un desafío a la escucha pasiva, una invitación a abandonar el mapa preestablecido y trazar nuestra propia ruta a través de las canciones, convirtiendo cada sesión de escucha en un acto de descubrimiento personal y único.

Es en este contexto de ruptura y experimentación donde se inscribe “AVIONCITO, un álbum para jugar”, la más reciente producción del cantautor venezolano Jorge Cajías. Lejos de ser un simple compilado de temas, este trabajo, coproducido meticulosamente junto a Daniel “Vago” Galindo, se presenta como un artefacto sonoro interactivo. No hay un track número uno obligatorio ni un final definitivo; las siete piezas que lo componen, incluyendo cortes como “EMMA” y “YA PASARÁ”, funcionan como cápsulas independientes, viñetas emocionales extraídas de la cotidianidad del artista. Cada canción es una estación en este particular tablero de rayuela musical, y es el oyente quien decide el orden de los saltos, configurando así una narrativa personal y efímera que se redefine con cada ‘play’, ya sea secuencial o completamente aleatorio.
Este enfoque convierte a “AVIONCITO” en el proyecto más íntimo y revelador de Jorge Cajías hasta la fecha. Fruto de casi siete años de composición, reescritura y una significativa transición lingüística hacia el español, el álbum encapsula una búsqueda profunda de autenticidad y conexión. Es un testimonio de que las barreras, tanto creativas como personales, son a menudo autoimpuestas. La inclusión, por primera vez en su discografía, de guiños a géneros diversos, llegando incluso a coquetear con matices del regional mexicano, subraya esta vocación por derribar muros y explorar nuevas texturas. Es un rompecabezas sonoro con infinitas soluciones posibles, donde cada oyente, al organizar las piezas a su manera, valida la idea de que la estructura puede ser tan fluida como la vida misma.

La propuesta de Cajías, egresado de la prestigiosa Berklee College of Music y con influencias que van desde la sofisticación lírica de Jorge Drexler hasta la atemporalidad melódica de The Beatles o Paul Simon, no es un mero capricho formal. Es una reflexión sobre cómo consumimos arte en el siglo XXI. En un mundo saturado de contenido que compite por nuestra atención fragmentada, “AVIONCITO” nos recuerda el valor de la pausa, del juego y de la participación activa. Nos demuestra que las canciones, al igual que los instantes que conforman nuestros días, pueden parecer inconexos, pero siempre encuentran una forma sorprendente de encajar, de resonar y de construir significado, sin importar el orden aparente. Es una invitación a redescubrir el placer de escuchar con intención, de ser co-creadores de la experiencia.
En el panorama musical actual, donde la fórmula a menudo prevalece sobre la audacia, propuestas como la de «AVIONCITO» representan una bocanada de aire fresco y, por qué no decirlo, un necesario acto de rebeldía intelectual. Nos obliga a salir de la zona de confort de la escucha programada y a comprometernos activamente con la obra. No es solo música para oír, es música para interactuar, para desarmar y rearmar, encontrando en cada combinación un nuevo matiz, una nueva perspectiva.
