La ciudad siempre ha tenido su propio pulso, ese latido clandestino que despierta cuando alguien abre la puerta de un auto oscuro y el aire se llena de música, tabaco frío y promesas.
En la pista, los cuerpos hablan un idioma directo: miradas que cortan, manos que se atreven, camisas que no llegan intactas a la salida. Entre sombras y flashes, la moda no posa: sobrevive, coquetea, se ensucia a propósito. El otoño-invierno 2025 llega con una pregunta simple: ¿qué tan lejos puede estirarse la noche antes de romperse?
Un muslo desnudo desciende de una limusina negra y la trama inicia sin anuncio. No hay prólogo moral ni filtros cálidos: solamente la crudeza elegante de una fotografía en blanco y negro que captura el instante justo en el que el glamour baja la guardia. La campaña, dirigida por Mert & Marcus, se alimenta de ese vértigo que los clubes perfeccionaron desde los noventa: bailar con la tensión como accesorio principal. Aquí la cámara no impone distancia; se mete al centro del torbellino y registra lo que muchos intentan esconder cuando amanece. Lo sugerente no se grita, se insinúa con un close-up que te deja el corazón al ritmo del bajo.

En el baño grafiteado, un beso robado se vuelve manifiesto estético. Cristales y denim parpadean como constelaciones domésticas bajo neón rojo, probando que el vestuario nocturno no es uniforme: es armadura nerviosa. La dirección creativa de Dean y Dan Caten, en mancuerna con Giovanni Bianco, tensa la cuerda entre el archivo y la adrenalina. La campaña prolonga la narrativa del show: una reunión intergeneracional de personalidades, musas y provocadores que han orbitado el universo de la casa durante tres décadas. No es nostalgia; es continuidad con carácter. La noche no se repite, se reescribe.
Los rostros cuentan su propia canción. Irina Shayk, Alex Consani y Victor Perez encabezan un reparto que no le teme al sudor sobre ropa impecable. La energía no se administra: se gasta. Eso se nota en la forma en que los cuerpos se mueven con precisión indisciplinada, donde un saco bien cortado convive con una camiseta apenas viva y un pantalón que parece recién rescatado del escenario. El styling de Haley Wollens entiende la gramática del exceso medido: cuando todo brilla, nada encandila. El maquillaje de Sam Visser y el pelo de Karim Belghiran no corrigen la noche; la celebran.

Hay un recurso visual que amarra el discurso: la franqueza del blanco y negro. En tiempos saturados de filtros, apostar por lo monocromático es un gesto de confianza en la estructura del deseo. La cámara no pide permiso y los encuadres son precisos, casi crueles. El set de Danny Hyland es un ecosistema de exceso controlado: baños con historia, pistas con códigos, esquinas que guardan dos o tres secretos por metro cuadrado. No hace falta gritar; la textura del cuero golpea con más fuerza que cualquier slogan.

En medio del caos, aparece lo que importa: moda masculina con vocabulario nocturno. Denim con caída rebelde, chamarras que recuerdan que un hombro firme mejora cualquier luz, camisas que aceptan arrugarse en nombre de un baile, botas que pisan fuerte sin pedir disculpas. Las siluetas preservan el carisma clásico, pero la actitud es del presente: funcionalidad impertinente, lujo con calle, sensualidad sin permiso. Aquí la fiesta no es el decorado: es el laboratorio donde la ropa demuestra de qué está hecha.

A lo largo de la historia reciente, pocas marcas han entendido que la noche es un método. Dsquared2 lo ha practicado por treinta años sin perder el pulso. No se trata de reproducir un archivo, sino de invocarlo con nuevos cómplices. Por eso esta campaña funciona: no busca convertir la pista en museo, sino devolverle su cualidad de arena. Cada look se ensaya entre gente real, bajo luces reales, con calor real. Cuando la imagen respira así, el branding se vuelve secundaria: habla la energía. Y ahí, otra vez, el nombre regresa a su sitio natural, sin alarde: Dsquared2 como firma que te encuentra entre humo, risas y un coro que suena mejor a las 3:17 am.

El clímax no se negocia: la fiesta termina, pero el eco permanece. La campaña no pretende perpetuar la madrugada ni volverla moral; la encuadra con respeto. Una fotografía directa como bitácora, un casting que entiende que el carisma también es oficio y una dirección creativa que convierte archivo en movimiento. Treinta años después, la noche sigue respondiendo. Y sí: hay ropa que se ve mejor cuando la vida le exige algo.
