El aroma de lo invisible: la nueva odisea olfativa que desafía los océanos

Hay una delgada línea entre la memoria y el presente, un eco que resuena en la forma en que el mundo nos percibe.

A menudo, ese eco es un aroma. No hablamos del perfume que simplemente huele bien, sino de la estela que define una era, un instante, una identidad. A principios de los noventa, una revolución silenciosa ocurrió en el mundo de la perfumería; se atrevieron a embotellar lo inasible: el agua. Tres décadas después, el desafío se ha vuelto más profundo, más oscuro y complejo. Ya no se trata de la superficie, sino de la inmensidad que yace bajo el reflejo plateado del horizonte. Se trata de dar aroma a lo que, por naturaleza, carece de él.

La historia de la perfumería moderna tiene puntos de inflexión ineludibles, y uno de ellos fue la audacia de capturar la esencia del agua sobre la piel. Fue un concepto que rompió paradigmas, estableciendo un antes y un después en las fragancias acuáticas. Pero el tiempo no se detiene y la evolución es innegociable. Para 2025, el reto ya no es evocar la frescura de una gota, sino encapsular el poder y el misterio del océano abisal.

La firma Issey Miyake Parfums ha decidido sumergirse en esta nueva odisea, colaborando no solo con narices expertas, sino con exploradores de las profundidades marinas. Una alianza entre el arte olfativo y la ciencia de la exploración, personificada en el proyecto 1 Ocean del fotógrafo submarino Alexis Rosenfeld, respaldado por la UNESCO. La misión: inspirar una fragancia a partir de un mundo que, paradójicamente, es inodoro.

El resultado de esta expedición sensorial es L’Eau d’Issey pour Homme Eau de Parfum, una composición que se aleja de las interpretaciones literales del frescor marino para explorar sus contrastes y su fuerza oculta. La perfumista Sophie Labbé, guiada por las crónicas visuales de Rosenfeld, no intentó replicar un olor, sino construir una narrativa. La fragancia se abre con la descarga eléctrica de la pimienta de Sichuan, una nota vibrante y casi texturizada que representa el primer contacto con una fuerza desconocida.

Este inicio audaz da paso a un corazón donde un acorde acuático se ve matizado por la acidez del limón, evocando no la calma de la orilla, sino la energía latente de las corrientes submarinas. Es una masculinidad que no grita, sino que resuena con una profundidad magnética, un carácter que se siente antes de entenderse.

El verdadero poder de esta nueva interpretación reside en su base. Aquí es donde la fragancia revela su alma amaderada, intensa y sofisticada. El absoluto de abeto balsámico y la madera de cedro crean un fondo robusto y elegante que ancla la composición, aportando la calidez y la textura de las estructuras geológicas que habitan en la oscuridad oceánica. No es una fragancia para el hombre que busca agradar, sino para aquel que se define por su propia sustancia.

Además, en un gesto que habla de lujo consciente, más del 90% de sus ingredientes son de origen natural, y el cedro proviene de fuentes certificadas y del supra-reciclaje de la industria del mueble. Es un detalle que demuestra que la verdadera rebeldía contemporánea también reside en la responsabilidad.

En última instancia, esta nueva creación de Issey Miyake no es solo un perfume, es un manifiesto sobre la percepción. Nos obliga a preguntarnos qué define a una fragancia masculina en la actualidad.

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