En un país donde hablar de salud mental aún incomoda, hacerlo desde la vivencia de las juventudes LGBTQ+ es casi un acto de valentía. Y no por falta de datos, testimonios o evidencia, sino porque el escenario más íntimo y se supone protector, el hogar, sigue siendo el epicentro de la discriminación para miles de jóvenes mexicanos.
Junio es más que un mes colorido. Es un momento de reflexión sobre lo que aún duele y sobre todo lo que falta. Mientras las calles se llenan de celebraciones durante el Mes del Orgullo, dentro de muchas casas se libra una batalla silenciosa, emocional, donde las palabras hieren más que los silencios. La Encuesta Nacional de Salud Mental en Juventudes LGBTQ+ 2024, realizada por The Trevor Project México, reveló una cifra brutal: el 71% de las juventudes diversas ha vivido discriminación en el último año, y el 53% de ellas lo ha sufrido directamente en sus hogares. La discriminación doméstica no siempre grita, muchas veces susurra. Un comentario sarcástico, una mirada que evade, una conversación que se niega. Son esas formas sutiles de rechazo las que erosionan la autoestima y la salud mental de quienes apenas están aprendiendo a nombrarse. Porque el primer rechazo, el más demoledor, no siempre viene del exterior: viene del lugar donde se espera amor incondicional.
Marcas como The Trevor Project México han entendido esta dinámica con una lucidez urgente. Su campaña para el Orgullo 2025 no busca solo visibilizar que ya es mucho, sino transformar. A través de una serie de diálogos íntimos entre juventudes LGBTQ+ y sus familias, se ha abierto un espacio para reescribir lo que significa ser familia: no como un vínculo impuesto, sino como un compromiso de escucha, respeto y sanación.

Ser joven en México ya es una experiencia desafiante. Ser joven y parte de la comunidad LGBTQ+ eleva la complejidad a niveles alarmantes. La violencia simbólica y verbal que se gesta en casa tiene consecuencias profundas y duraderas. Ansiedad, depresión, aislamiento, y en casos extremos, ideas suicidas. No estamos hablando de cifras aisladas, sino de vidas que podrían florecer si tan solo encontraran un poco más de comprensión en el núcleo familiar. ¿Qué papel jugamos nosotros como amigos, hermanos, padres o colegas? Escuchar sin corregir. Acompañar sin imponer. Ser ese espacio seguro que muchos buscan y no encuentran.
La labor de The Trevor Project México no es solo social, es profundamente ética. Al visibilizar las heridas que aún supuran en el corazón de muchas familias mexicanas, también propone un camino hacia la sanación. En sus campañas, el mensaje es claro: no basta con aceptar, hay que entender. Y para entender, primero hay que escuchar. La masculinidad tradicional ha fallado en ofrecernos herramientas para procesar lo que sentimos. Nos enseñó a competir, a ocultar y a reprimir. Pero las nuevas generaciones están desmontando ese legado para construir uno más libre, más humano y sí, también más masculino en el mejor sentido de la palabra.


A quienes formamos parte de esta conversación, nos toca más que observar desde lejos. Nos toca involucrarnos. Porque detrás de cada joven rechazado en su casa, hay un adulto que aún puede aprender. Y detrás de cada historia de sanación, hay una decisión: la de romper con el ciclo de silencio. Apoyar iniciativas como las de The Trevor Project México no es una moda, ni una acción performativa para redes sociales. Es parte del trabajo de todos por hacer de lo íntimo el hogar, la familia, la pareja, el espejo un lugar donde nadie tenga que esconder quién es para sentirse amado.
La violencia no siempre deja huellas visibles. A veces se camufla entre las paredes del hogar, entre bromas pesadas y afectos condicionados. Pero también es cierto que el cambio está ocurriendo. Cada vez más familias, más padres, más hermanos y más hombres están aprendiendo a nombrar lo que no entendían. A preguntarse por qué, y no a juzgar de inmediato. Eso también es orgullo. No el que se porta como bandera un día al año, sino el que se practica con constancia, con vulnerabilidad y con decisión.
