De estilista de famosos a celebridad, el paso es corto y Law Roach lo ha dado.
Tras un post de Instagram en el que anunciaba su retirada del mundo del estilismo hablando de “la política, las mentiras y las falsas narrativas” de las que supuestamente era víctima, el estilista número uno del mundo reapareció hace unos días como invitado famoso en el desfile de Boss en Miami, junto a un elenco que incluía a Naomi Campbell, Pamela Anderson, Khaby Lame y Precious Lee.
De cerca, Vogue publicó una entrevista en la que Roach lo reveló todo explicando que el drama de su post de Instagram era únicamente drama y que, en esencia, se había cansado de “estar al servicio y al servicio de otras personas” y que no quiere ser visto solo como “alguien que viste a todas estas celebridades increíbles”.
Roach continuó diciendo: “Di un paso atrás y miré mi vida y me di cuenta de que no tengo nada más que esa carrera. No quiero que ese sea mi legado”, afirmando que quiere enseñar y ayudar a otros estilistas y creativos a conseguir los resultados que él ha logrado, lo que en esencia equivale a querer abandonar cuando se lleva ventaja: “He hecho todo lo que quería hacer en esta carrera. He recibido todos los premios, los elogios, he cambiado la vida de la gente… Y siento que ya es suficiente”. En este caso, sería justo decir que para Roach, su propio trabajo como estilista de famosos se había convertido a la vez en suficiente e insuficiente: su entrevista revela no tanto un deseo de protagonismo narcisista como un deseo de autodeterminación, de pasar de trabajar por delegación a estar en el escenario y en el centro.
Los planes parecen vagos, pero al final no lo son demasiado: Roach sigue siendo editor de British Vogue bajo el ala muy poderosa de Edward Enninful, ya ha anunciado planes para dar clases y no hay escuela de moda que no lo quiera detrás de una cátedra, y probablemente, como ya han especulado algunos usuarios online, podría incluso asumir funciones creativas o de asesoramiento para marcas. En cierto modo es fácil entender la decisión de Roach, que quizá habiendo alcanzado la cima de la industria se ha cansado de estar al servicio de los demás, de tener que ocuparse de tareas quizá ingratas, minucias de un trabajo que ya no compite con su estatus de leyenda. Sin embargo, es posible que sus fans pongan objeciones, ya que ahora se verán privados del trabajo que había dado a Roach ese estatus en primer lugar.
Un caso que podríamos comparar con el de Frank Ocean, que después de Blonde abandonó esencialmente la música para abrir clubes, hacer podcasts e inaugurar su propia marca de moda, convirtiéndose en una figura intersectorial. Aquí surge el clásico dilema de la celebridad: por un lado, la celebridad es una persona que, comprensiblemente, no quiere ser relegada a un determinado rincón o encasillada en una sola caja; por otro lado, sin embargo, algunos estatus legendarios en la moda son el resultado de décadas de trabajo especializado y no de una carrera de solamente nueve años, un periodo de tiempo muy largo pero circunscrito en el gran esquema de las cosas. También es cierto que en la moda es normal que un estilista se dedique a otras cosas: Carine Roitfeld no se limitó al estilismo, sino que cultivó y puso en práctica muchas ambiciones en campos adyacentes al suyo, y lo mismo puede decirse de Katie Grand.
Y con ello queremos decir que habrá que lamentar no ver más obras de Roach, ya que objetivamente estaba entre los mejores de su campo y que, como admirador suyo, uno no puede evitar desear que esa carrera estilística hubiera durado cinco veces más de lo que duró, pero quizá sea cierto que desde hace una década los legados profesionales de varias décadas de figuras emblemáticas que ejercieron la misma profesión durante toda una vida como, por ejemplo, André Leon-Talley se han quedado quizá desfasados. ¿Por qué debería limitarse Law Roach?
Evidentemente, hay que reconocer el derecho de Roach a la autodeterminación, aunque sea justo recordar que ahora que su carrera de estilista está aparentemente acabada podrá disfrutar de los frutos de su gran trabajo hasta que llegue el momento de cultivar otros nuevos. En resumen, esperemos que Roach no caiga en la tendencia contemporánea de las celebridades que viven de sus laureles, descansando en el recuerdo de éxitos pasados. Nosotros, que amamos su trabajo, no lo merecemos, ni tampoco el propio Roach o su legado. Al fin y al cabo, en una época dinámica como la nuestra, hasta las carreras profesionales se han vuelto dinámicas y polivalentes: las actrices lanzan líneas de cosméticos, los cantantes diseñan ropa, los influencers se convierten en editores, los chefs en presentadores de televisión y los directores creativos en diseñadores de productos.